Esta pintura perteneció a la Hessische Hausstiftung (Fundación Hessiana) entre 1997 y 2011, cuando fue vendida al magnate Reinhold Würth.
Estas dos pinturas insólitas - Cristo sepultado y la Virgen de Darmstadt-, permiten suponer que Holbein hizo a sus clientes sugerencias temáticas e iconográficas.
Al tiempo de pintarse, la reforma había sido generalmente aceptada, y probablemente Meyer quería reafirmar públicamente su fe católica.
[3] A simple vista se advierte que la pintura fue más tarde retocada: originalmente el largo cabello de Anna Meyer, como en el dibujo preparatorio, caía abiertamente sobre los hombros, y su madre Dorothea Kannengießer llevaba como la difunta Magdalena Bär una amplia banda por la barbilla y una voluminosa capucha, que cubría la mayor parte del rostro.
En lugar del pelo suelto se muestra ahora como una joven casadera con un tocado conocido como Jungfernschapel.
Probablemente, para obtener en el mercado del arte más provecho, Le Blon permitió que Bartholomaeus Sarburgh pintara una copia.
Legó la pintura a Cavaliere Zuane Dolphin (o Dolfino), donde pudo ser visitado por los graduados que hacían su Grand Tour.
La pintura fue evacuada durante la Segunda Guerra Mundial a Silesia y así quedó protegida del fuego que devastó el castillo de Darmstadt en 1944.
Una exposición en particular, que tuvo lugar en Dresde en 1871, permitió al público formarse una opinión y escribirla.
El manto de la Virgen se tiende, protector, hacia las figuras arrodilladas a la izquierda.
Igualmente es de color rojo el lazo que une las dos partes del manto, con grandes botones redondos dorados en los extremos.
Ópticamente, el cuadro aparece dividido a lo largo gracias al cinturón rojo de la Virgen.
A la izquierda, aparece el donante, Jakob Meyer, vestido con una capa de piel sobre una fina camisa blanca; su vista se dirige hacia la mano estirada del Niño Jesús.
Con las manos cubre al niño pequeño, desnudo, que vuelve su espalda a la escena.
Este bebé rubio agarra al muchacho con su mano derecha y apunta con la izquierda hacia la arruga en la alfombra.
El niño mira de frente, mientras que los otros dos varones están representados en tres cuartos.
Dorothea queda delante de ella, y gira un poco la mirada hacia el espectador.
[11] Se produce un fuerte contraste entre la Virgen, figura idealizada, y el realismo e individualización en los miembros de la familia Meyer.
Sin embargo, la composición con la alfombra arrugada contiene un elemento de movimiento, que falta en estas formas tradicionales, bastante estáticas.
Christl Auge interpreta en este punto a María como símbolo de porta coeli, la puerta hacia el paraíso.
Esta interpretación vendría confirmada por la corona, formada por doce placas, como símbolo de la bíblica Jerusalén celeste.
No se sabe si Holbein representaba un híbrido o es que le resultaban desconocido el aspecto exacto de una higuera.
[6][14] Holbein representa a la Virgen sin aureola y, en cambio, le pone una pesada corona encima de la cabeza.
Posiblemente aquí se esté representando su rechazo a ser separado de María, como proclamaba la Reforma, que consideraba a María solo como una madre física, pero nada más, sin ninguna intervención en la buena nueva.
[2] Además, esta forma Y puede entenderse como una alusión al dilema de Hércules o Hércules en la encrucijada, un tópico humanista que tenía un significado especial y en tiempos de reforma fue usado varias veces.
El chico contrasta con la familia del donante también por los adornos de sus ropas, reservadas en aquella época a la aristocracia.
[2] Una alfombra doblada es un motivo que se reitera en obras posteriores de Holbein, como en la igualmente simbólica Los Embajadores (1533).
El modelo del cuadro fue analizado en 1877 por Julius Lessing y comparada con otras originales.
Según la leyenda, la Virgen María enseñó el rezo del rosario a santo Domingo.
No se ve claro si Magdalena Bär cuenta igualmente con uno, aunque a ello apunta la posición de su mano.