Posteriormente, como se ha dicho, los presos que figuraban en las 23 sacas citadas fueron fusilados de manera sumaria por milicias pertenecientes a las organizaciones obreras.
Según Paul Preston, «las sacas y las ejecuciones, conocidas bajo el nombre genérico de “Paracuellos”, constituyeron la mayor atrocidad cometida en territorio republicano durante la guerra civil española, y su horror puede explicarse, aunque no justificarse, por las aterradoras condiciones de la capital sitiada».
Ese mismo año, el periodista e historiador gallego Carlos Fernández publicó Paracuellos del Jarama: ¿Carrillo culpable?, con mucha menos repercusión (si bien La Cierva indica que su mérito principal consiste en «el análisis, generalmente acertado, de las fuentes que se refieren a las ejecuciones de noviembre y diciembre en Madrid»).
Según el periodista e historiador Jorge Martínez Reverte, los mayores avances en la dilucidación de lo que realmente ocurrió en Paracuellos se deben a Ian Gibson, Javier Cervera y Ángel Viñas.
Ya en los primeros años del siglo xxi, Ángel Viñas habría avanzado mucho en esclarecer los hechos gracias a los archivos soviéticos.
Y obras de autores rusos como Boris Volodarsky (Soviet Intelligence Services in the Spanish Civil War, 1936-1939, 2010).
Como colofón de la «fiesta» Yagüe, entre vítores, habría dicho: «Cuando lleguemos a Madrid lo repetiremos en la plaza Monumental».
Apoyándose en los informes de dos soplones que tenían en la cárcel ―al parecer se estaba preparando una fuga―, comenzaron a interrogar a los presos, entre los que se encontraban el intelectual derechista Ramiro de Maeztu y el jonsista Ramiro Ledesma Ramos.
Los generales desobedecieron las órdenes y abrieron los sobres inmediatamente, ganando un tiempo precioso (puesto que los oficios respectivos estaban intercambiados).
El comité ya había contactado con Miaja y había decidido apoyarle para que la Junta comenzase a funcionar lo antes posible, en vez del día 7 (fecha en la que, formalmente, debía hacerlo, de acuerdo con el oficio recibido por Miaja).
[70] Carrillo había nombrado como delegado de la Dirección General de Seguridad a Segundo Serrano Poncela, pero el problema para Carrillo era que no tenía un control total del orden público en Madrid, que en gran medida estaba en manos del CPIP.
Inmediatamente Schlayer informó de lo que había visto al cuerpo diplomático en una reunión celebrada aquella misma tarde.
García Oliver tuvo una fuerte discusión con Melchor Rodríguez pues, según Paul Preston, «no aprobaba las iniciativas que había tomado para impedir el asesinato de los prisioneros».
Entre los presos más conocidos asesinados en esta segunda etapa de las sacas se encontraba el dramaturgo Pedro Muñoz Seca.
Para seleccionar a los presos que debían ser ejecutados se nombró un «responsable» y un adjunto en cada una de las prisiones.
Después del 22 fueron firmadas por el «sucesor» de Girauta, Bruno Carreras Villanueva, o por Segundo Serrano Poncela.
[140] Por otro lado, según Julius Ruiz, «es poco probable» que Galarza «le hubiera ocultado la verdad de las sacas» a Largo Caballero.
[149] Por su parte, Ian Gibson señaló que no había hallado informe alguno sobre dichos asuntos en los archivos de la Cruz Roja Internacional.
[151] La mayoría habían sido detenidos en Madrid (o trasladados a las cárceles madrileñas desde otras localidades) desde el inicio de la guerra.
También resulta controvertido dilucidar las complicidades en tales hechos (esto es, qué autoridades, teniendo constancia de las matanzas, no hicieron lo suficiente para impedirlas).
[176] Javier Cervera por su parte, afirma que indudablemente las matanzas fueron cuidadosamente preparadas y no resultaron obra de incontrolados, individuos aislados o comités autónomos.
Además, las sacas iban en contra de los esfuerzos del Gobierno para instituir los Tribunales Populares que hacieran pagar sus culpas legalmente a los sublevados y sus partidarios.
[193] Autores como César Vidal, Pío Moa,[194] Rafael Casas de la Vega[cita requerida], o Stanley G. Payne[195] han secundado tales acusaciones.
Stalin y la guerra civil, Barcelona, 2002; Vidal afirma que la traducción al castellano de dicho documento estaba mutilada, por lo que hizo la traducción directamente desde el ruso), Dimitrov envió un informe a Voroshilov, comisario del Pueblo (ministro) de Defensa soviético:
Por todo ello, Cervera opina que las conclusiones de Vidal son aventuradas al interpretar que el autor del informe se refiere a las sacas y no a los paseos, lo cual, dado el contenido del informe, parece lo más probable.
Quizá el 7 de noviembre, como ya se ha dicho con anterioridad, no supo nada de lo que ocurría en las cárceles, pero ese desconocimiento no pudo durar mucho para el que era la máxima autoridad del Orden Público en Madrid»).
[237] Sin embargo, Gibson señala que Vidal se habría simplemente inventado el contenido del editorial.
[234] Gibson proporciona otros ejemplos de citas truncadas o mutiladas que Vidal utiliza para apoyar su tesis preconcebida.
[244] También cuestiona su metodología, acusándole no usar más que entrevistas y consultas a hemerotecas para escribir su obra.
Además, Gibson cita ampliamente otra obra de Larrazábal, Santiago Carrillo y la represión republicana en Madrid: