Según otros autores, puede que Teucro arribara a las actuales costas cartageneras, pero que la ciudad ya estuviese fundada con anterioridad por decisión del legendario rey Testa (sobre el 1412 a. C.) con el nombre de Contesta.
Así, los restos humanos más antiguos, posiblemente correspondientes a fósiles de Homo habilis, podrían datarse hace 1.200.000 años, durante el Pleistoceno inferior, en la cueva Victoria.
También ha habido estudiosos que han localizado Mastia en algún punto cercano a Mazarrón.
[3] De Qart Hadasht partió Aníbal en su célebre expedición a Italia, que le llevaría a cruzar los Alpes, al comenzar la segunda guerra púnica en el año 218 a. C. El general romano Escipión el Africano tomó Cartagena en el año 209 a. C., siendo posesión romana desde entonces con el nombre de Carthago Nova.
Durante el período del Primer Triunvirato, Cneo Pompeyo por medio de sus legados llevó a cabo algunas obras públicas en Cartagena, entre ellas el primer acueducto romano fuera de la península itálica, según sostiene el arqueólogo Sebastián Ramallo.
Hacia el 425, la ciudad fue asolada y saqueada por los vándalos antes de pasar éstos a África.
Restos de viviendas musulmanas del siglo XII aparecieron en las excavaciones del teatro romano, y diversos enterramientos islámicos se han encontrado en las actuales calles Cuatro Santos y Jara.
En 1245, reinando Fernando III el Santo, su hijo, el príncipe Alfonso reconquista la ciudad, después de un duro asedio.
En 1250, el papa comunica al rey la restauración de la Diócesis de Cartagena y nombra obispo al franciscano Fray Pedro Gallego, confesor del propio Príncipe Alfonso.
Sin embargo, durante el episcopado de García Martínez, el segundo obispo de la diócesis, este decide, con el consentimiento del rey Sancho IV, trasladar la sede episcopal y el cabildo a Murcia.
El asesinato del rey Pedro I inicia en Castilla la dinastía de los Trastámara, cuyos reinados se caracterizaron por las continuas concesiones a la nobleza.
Durante los siglos XVI y XVII, la ciudad prosigue una lenta recuperación demográfica, gracias por un lado al comercio marítimo y por otro al interés de la Corona en potenciar su puerto como base militar.
[13] Felipe II ordenó fortificar la ciudad que estaba desguarnecida al duque Vespasiano I Gonzaga, el cual realizó unas obras de muy deficiente factura y aprovechó para llevarse numerosas esculturas romanas que aparecieron durante las obras.
[19] Se construyen numerosas obras de carácter militar: los castillos de Galeras, La Atalaya, Moros y San Julián, unas nuevas murallas con tres monumentales puertas (hoy desaparecidas), un gran hospital militar y cuarteles, todas obras de importantes ingenieros militares como Sebastián Feringán o Mateo Vodopich.
Entrada la Edad Contemporánea y reinando Carlos IV, Cartagena sirvió de base naval en la Guerra del Rosellón contra la Convención, institución que detentaba el poder en Francia tras la ejecución del rey Luis XVI en el contexto de la Revolución francesa.
Las convulsiones políticas en el país galo dieron al traste con la Convención y su sucesor el Directorio, tomando el poder Napoleón Bonaparte como cónsul de la República.
No obstante, los planes del ya emperador Napoleón iban más allá y su ejército tomó importantes posiciones con el objetivo oculto de derrocar a los Borbones y sustituirlos por su hermano José.
La noticia rápidamente llegó a Cartagena, donde se produjeron desórdenes que cristalizaron en el linchamiento del capitán general Francisco de Borja bajo la acusación de ser un afrancesado y con la población reclamando a las autoridades del Arsenal Militar que les entregaran cañones.
Los veteranos soldados imperiales aplastaron rápidamente la resistencia española y la limitaron a las plazas fuertes.
La Pepa fue recibida con manifiesto entusiasmo en Cartagena, mientras que en el resto del territorio se daba una división de opiniones entre absolutistas y liberales.
[21] Cartagena permaneció en la retaguardia liberal durante la totalidad de las Guerras Carlistas, si bien sufrió las consecuencias indirectas del conflicto civil.
Debido a esta razón, pocas obras se conservan en la ciudad anteriores al siglo XIX.
A finales del XIX, se produce el resurgimiento de las minas de La Unión y comienza un proceso imparable de crecimiento y desarrollo económico basado en la explotación minera, especialmente del plomo, mineral que fue trascendental en la carrera armamentística anterior a la Primera Guerra Mundial.
La ciudad es reconstruida según los nuevos modelos artísticos modernistas, que proceden fundamentalmente de Cataluña.
En este sentido, desde la década de 1990 se ha producido una regeneración del centro histórico a través de la documentación, puesta en valor y explotación turística del patrimonio arqueológico y cultural, auspiciada por las movilizaciones ciudadanas.
El ejemplo más emblemático de esta política es el teatro romano, excavado desde su descubrimiento fortuito en 1988 e integrado en el museo homónimo en 2008, año que vio también la inauguración en el muelle del Museo Nacional de Arqueología Subacuática.
Existen al menos 19 óperas que narran la toma de Carthago Nova por Escipión, algunas de autores tan destacados como Händel, Johann Christian Bach, Baldassare Galuppi, Antonio Caldara, Albinoni o Francesco Cavalli.