[6][7] Algunos autores han afirmado que fueron «secuestrados» por Napoleón,[8][9] pero otros no emplean este término para referirse a lo acontecido en Bayona.
[10][11][12][13] Las abdicaciones no fueron reconocidas ni en España ni en la América española por los «patriotas» y la explosión de rechazo al nuevo rey José I y de lealtad al cautivo Fernando VII fueron, según François-Xavier Guerra, «generales en todos los lugares de la monarquía»,[14] aunque hubo españoles, especialmente entre la élite ilustrada, que le apoyaron por lo que se les llamó inicialmente «traidores» o «juramentados»,[15] y con posterioridad «josefinos» o, despectivamente, «afrancesados».
[24] Lo mismo afirma el historiador francés Thierry Lentz: «Es probablemente en esta época cuando la decisión definitiva de intervenir en España, y no sólo para escoger entre Carlos y Fernando, tomó forma».
«La nación española despreciaba su gobierno; pedía a gritos el bien de la regeneración.
Podía esperar a realizarla sin derramar sangre; las disensiones de la familia real la habían manchado con el general desprecio», escribió también.
[27] Thierry Lentz ha indicado que en la idea de intervenir en la política española también influyó «un sentimiento de superioridad respecto de un reino que se le tomaba poco en serio… Esta España tragicómica se resumía, en los espíritus franceses, en un país caracterizado por el oscurantismo religioso, la vanidad de la nobleza, la pobreza y la ignorancia del pueblo… Lo peor es que estos sentimientos se podían encontrar palabra por palabra en los numerosos informes que llegaban al despacho del emperador».
[28] Artola ha señalado que en aquel momento Napoleón no se planteó la sustitución de los Borbones sino anexionarse las «provincias» españolas al norte del Ebro, trasladando a este río la frontera franco-española, como en los tiempos del Imperio Carolingio ―operación que se completaría con el casamiento del príncipe Fernando con una princesa de su familia pero que no se llevaría a cabo por la negativa de Luciano Bonaparte a dar su consentimiento a que la elegida fuera su hija mayor Carlota―.
[31][25] Mientras tanto Napoleón intentaba estar bien informado de lo que sucedía en el país.
[35] «Ya carecía de sentido la anexión de una parte del reino, porque el emperador no podía confiar en Fernando tras sus reprobables manejos para destronar a su padre y la crueldad mostrada con Godoy.
[38] Nada más acceder al trono, Fernando VII envió al duque del Parque a cumplimentar al mariscal Joachim Murat, lugarteniente general de las tropas francesas situadas en España, pero este no hizo lo mismo cuando el 24 de marzo Fernando VII hizo su entrada triunfal en Madrid, ni el embajador francés François de Beauharnais lo saludó.
«Tratar personalmente con Napoleón era vital para Fernando, porque no sólo necesitaba de manera urgente su reconocimiento, sino también contrarrestar los informes desfavorables sobre él que iban llegando al emperador e impedir los posibles movimientos de Carlos IV.
El 7 de abril había llegado a Madrid un enviado especial de Napoleón, el general Anne Jean Marie René Savary, quien le comunicó a Fernando VII que el emperador había puesto bajo su protección a su padre Carlos IV y que era imperiosamente necesario que se vieran.
[46][33] El 12 de abril la comitiva llegó a Burgos donde el rey hizo una entrada triunfal aclamado por la multitud, como ya había ocurrido en otros lugares del recorrido, pero Napoleón no se encontraba allí como esperaba.
Así que reanudaron el viaje y al día siguiente llegaban a Vitoria.
En la carta que le entregó Savary el 18 de abril ―«era la primera vez que se dirigía directamente a Fernando, a quien en momento alguno otorgó el tratamiento de “majestad”»― le decía: «Como Soberano vecino debo enterarme de lo ocurrido antes de reconocer esta abdicación… Si la abdicación del rey Carlos es espontánea y no ha sido forzado a ella por la insurrección y motín ocurrido en Aranjuez, yo no tengo dificultad en admitirla y en reconocer a V.A.R.
[55] Al mediodía del 20 de abril Fernando VII llegó a Bayona, habiendo pasado la noche en Irún.
Ningún enviado del emperador había salido a recibirle en la frontera tal como determinaba el protocolo.
Poco después comió con Napoleón en el Château de Marracq y en ningún momento este se dirigió a él con el término «Majestad» y ni siquiera con el de «Alteza Real» ―sobre este primer encuentro Napoleón le escribió a Talleyrand: «No me ha dicho ni una sola palabra; es indiferente a todo, muy material, come cuatro veces al día y no tiene idea de nada»―[48].
El secretario del Despacho Cevallos escribió a la Junta de Gobierno de Madrid: Napoleón «no quiere que reine ningún Borbón… Actúa con tales amenazas y con un tono tan imperioso e inaudito que no cabe poder trasladarlo al papel».
Esto no obstante, si lo juzgase conveniente para imponer mayor respeto a su hijo extraviado, yo estoy pronto a acompañarle y asistirle en este grave paso, que es inevitable», añadió el emperador.
Pero ponía dos condiciones: que la renuncia se hiciera en Madrid ante las Cortes y que si Carlos IV finalmente no deseara reinar ni volver a España, él gobernaría el reino como su lugarteniente.
[64] En la carta que le envió Napoleón a Murat el 2 de mayo le desveló sus planes: «Estoy muy contento del rey Carlos y de la reina, que están aquí muy felices.
Según los testigos presentes, cuando Napoleón leyó la carta montó en cólera y se dirigió rápidamente a los alojamientos de Carlos IV.
«Ved lo que recibo de Madrid, no me lo puedo explicar», le dijo el emperador.
[7] Emilio La Parra López está completamente de acuerdo: la escena «no pudo ser más penosa».
Cuando se hubo marchado Fernando, Napoleón le dijo a Carlos IV que si no deseaba reinar él se haría «dueño de España» y le daría asilo en sus Estados «y V.M.
Napoleón también le cedía a Carlos IV la propiedad del Château de Chambord.
[69] El 18 de mayo llegaban a Valencay donde los estaba esperando Talleyrand, propietario del château.
El historiador francés Thierry Lentz ha comentado: José Bonaparte «iba en realidad a abandonar las pendientes del Vesuvio por un volcán todavía más caprichoso».
Los cada vez más frecuentes y angustiosos despachos del embajador francés en Madrid conde de La Forest pidiendo a Napoleón que acelerara el proceso no surtieron efecto.