A la zaga de estas colecciones iconográficas, están otros manuales más modestos como por ejemplo la Monografía del traje escrita e ilustrada por José Puiggari, y publicada en Barcelona en 1886.[6] Muy diferentes pueblos, culturas y civilizaciones fueron conformando en la península ibérica y los archipiélagos que en el siglo XXI constituyen el territorio español, la que a partir del siglo XV se podrá llamar historia del vestido de mujer en España.[13] En términos generales, la indumentaria femenina solo diferirá de la masculina, por su carácter talar que progresivamente además de cubrir los pies llegará a arrastrar por el suelo (traído al siglo XXI, se explicaría con la frase: 'se llevan las tallas muy largas').Tejido en lino, muestra un bordado "estirado" con figuras zoomorfas y círculos tangentes en una decoración en red.[d] En este periodo de transición de los siglo XIV y XV, la pieza más original del traje femenino 'español' fue la mantonina o mantonet catalano-aragonés, como su nombre anuncia, manto corto que cubría las caderas.Otra nota distintiva del gusto general europeo fue la conservación del uso de la cofia, en especial un modelo con larga cola y cubierta con cintas entrelazadas, quedando el pelo recogido en una trenza bajo esta funda.[21] Otro complemento autóctono fueron las tecas, original tocado que llegaba a cubrir la cara y evidente origen.Durante el siglo XV, el vestido de mujer continuó bajo las influencias del gusto francés hasta su último cuarto.En cuanto a la vestimenta 'de encima' en las mujeres, se han clasificado con ciertas dificultades de identificación piezas como la aljuba (que será luego la "sobresaya"), la cota y la ropa (vestido hasta el suelo con varios cortes en las faldas).También de forma progresiva los escotes fueron descendiendo hasta casi alcanzar la cintura,[28] como ocurrió en la segunda mitad del siglo XV, cuando el vestido de la mujer española -cuya figura de pecho abombado y talle largo, opuesta a la moda de la época, sugería cierta masculinidad- presenta novedades importantes tales como los manguitos (cubriendo los antebrazos) y el recurso del verdugado (aros forrados cosidos a la falda) que sugerían formas acampanadas.[29] Este elemento revolucionario en el vestir femenino sería el precedente del «farthingale» inglés y recursos posteriores como el "tontillo", el miriñaque o el guardainfante.[30] Es necesario insistir en recordar que, en su conjunto, los estudios sobre la indumentaria histórica en general quedan limitados a una crónica del traje de las clases privilegiadas cortesanas.Aunque en general se trató de una vestimenta de tono grave y severo, no estuvo reñida con el lujo; se estilizaron las líneas del cuerpo llevándolas a formas rectas y geométricas, para los dos sexos.Los cónicos y rígidos verdugados perduran hasta casi la mitad del siglo dando paso al guardainfantes de origen francés.En tanto que las clases elevadas esperan con impaciencia el figurín de Francia, el pueblo se apega cada vez más a sus trajes castizos.Para acercarse al vestido femenino más modesto y el traje rural es muy interesante la obra de Valeriano Domínguez Bécquer, el hermano del famoso poeta romántico.[63] Entre las prendas comunes destacan faldas, corpiños, pañuelos, mantones -y sus variantes-, delantales de diario y festivos, y como sobretodo característico, la mantilla (en muchos casos como prenda de respeto formando parte de los tocados), confeccionada en diversos tejidos, por lo general negra o en tonos oscuros, y ocasionalmente sujeta con peineta.
Catalina Micaela de Austria
, hija de Felipe II e
Isabel de Valois
, pintada por Sánchez Coello hacia 1585. Viste "salla castellana entera" de seda, de
mangas redondas
, abiertas y unidas con puntas por encima de las manguillas brocadas (de las que sobresalen los puños de encaje). Adornan el
cuerpo
, collarín, botones y cinturón de orfebrería. La
lechuguilla
llega a tapar las orejas y toca su peinado con un bonete enjoyado de perlas. Posa una mano en un mueble -significando su alto nacimiento- mientras la otra sujeta unos guantes, símbolo de femineidad.