Se instaló en una vivienda aneja al museo, en la plaza del Potro, junto a su esposa, la sevillana Rosario de Torres Delgado.
Allí se crio Julio, junto a sus hermanos los pintores Enrique Romero de Torres, dos años mayor, y Rafael Romero de Torres, el primogénito, nacido en 1865, pero fallecido prematuramente en 1898, con apenas treinta y tres años.
Hay en ambas una clara influencia paterna, por los temas que desarrolla y el estilo, en el que están presentes pintores paisajísticos y costumbristas, como Jenaro Pérez Villaamil, Aureliano Beruete o Carlos de Haes.
Más adelante ilustrará en ella poemas de Manuel Reina y Salvador Rueda.
Coincide con colegas y amigos como Zuloaga, Solana, Rusiñol, su paisano Mateo Inurria, Anglada Camarasa o Rodríguez Acosta.
En la imagen, una modelo de aires andaluces está recostada sobre la cama, con la cabeza apoyada en su brazo, y deja abandonado un libro sobre la colcha.
Romero realiza cinco grandes murales dedicados a la literatura, la música, la poesía, la escultura y el arte.
A la par, en esta etapa, Romero de Torres profundiza en la psicología femenina, llevando a sus obras los estados del alma femenina, sus inquietudes y su búsqueda de la realización humana, aportando una visión ante situaciones discriminatorias que durante siglos ha padecido la mujer.
Paradójicamente, dos años más tarde, esta misma obra se expone en Londres con gran éxito.
Deja atrás sus obras costumbristas o de preocupación social de sus primeros años, sus obras románticas y modernistas del Casino cordobés, aquellas en las que se adivina su admiración por Joaquín Sorolla, para adentrarse ahora sí en su etapa simbolista.
Pinta La Gracia y El Pecado, también su famoso Poema de Córdoba, un políptico en siete tablas atípico en la tradición española.
[13] Adela Carbone, llamada la Tanagra (1890), es un personaje muy interesante que Romero de Torres pinta en el año 1911, cuando la actriz tiene veintiún años.
[14] Julio Romero había retratado a Pastora Imperio en varias ocasiones con anterioridad a 1912, pero su rostro se puede apreciar entre los retratos que forman parte del monumental lienzo La consagración de la copla, entre ellos el del propio Julio Romero.
Este cuadro es una alegoría que muestra los retratos de la cupletista española Raquel Meller y su marido, el escritor guatemalteco, Enrique Gómez Carrillo.
En el panel central, dos mujeres sostienen una imagen de San Rafael, el arcángel más fiel a Córdoba.
María Magdalena podría ser esa monjita que abraza los pies de la joven.
Niña prodigio, La Argentinita se presentó al público con ocho años en el Teatro-Circo de San Sebastián.
Conjugaba el flamenco, el tango, las bulerías y los boleros, en una suerte de mezclas que resultaron una novedad en su época.
Verde y rojo se sobreponen a la delicada figura de la modelo, una aniñada Argentinita que viste una sencilla blusa beige.
Su estudio lo monta en la calle Pelayo, en un piso que le facilita Florestán Aguilar, dentista personal del rey Alfonso XIII.
También asiste a las tertulias de la Maison Dorée, en la que se dan cita las grandes figuras del modernismo español.
En 1919 pinta y retrata a los más importantes industriales de Bilbao: las familias Aznar, Soto, Garnica.
Estudia minuciosamente todos los detalles y da pie a hablar, desde 1920, de una nueva etapa, la manierista.
En un primer plano ampliado vemos a la escritora con su reciente novela La llave de oro entre las manos.
El rotundo triunfo de la exposición certificaba un escalón más en su trayectoria y anunciaba que la fama internacional del pintor cordobés era ya un hecho.
[22] En distintas entrevistas, Romero de Torres confesó que se vino para España con 150.000 pesos argentinos.
Romero ha dejado a un lado su etapa más clásica y se adentra en la búsqueda de un retrato espiritual.
En 1929, en la Exposición Iberoamericana de Sevilla presenta La chiquita piconera, Nocturno, La copla o Naranjas y limones.
Ni a su perro, Pacheco, que corona como un triunfo el altar de la musa flamenca, una conocida actriz andaluza, Lolita Astolfi, que aparece desnuda y sostiene con guitarra, símbolo del flamenco y metáfora de las formas femeninas.
El padre Tortosa pronunció la oración fúnebre y un larguísimo cortejo, en el que también figuraban sus famosas modelos, lo condujo hasta el cementerio, a las afueras de la ciudad.