Eugenia de Montijo

En 1837 tuvo una corta y desagradable estancia en un internado en Bristol, al sudoeste de Inglaterra.

Se dan por ciertas las circunstancias de que, cuando contaba 12 años, una vieja gitana del Albaicín granadino se acercó a ella para leerle las líneas de la mano y predijo que llegaría a ser reina.

Pero más trascendencia tuvo su trato con otro escritor, el francés Prosper Mérimée, quien se convirtió en un personaje asiduo a las reuniones que se mantenían en el domicilio familiar y que pronto trabó una amistad especial con la adolescente Eugenia, con quien cambiaba impresiones sobre las costumbres e historias de un pueblo español habituado a debatirse por sus pasiones de forma incontrolada tanto en el amor como en la guerra.

[6]​ Se enamoró Eugenia con toda la ilusión de sus 18 años del XVII marqués de Alcañices, pero fue traicionada y, creyendo que su vida estaba rota, pensó en tomar los hábitos, pero la superiora del convento la disuadió diciéndole: «Es usted tan hermosa que más bien parece haber nacido para sentarse en un trono».

Se registró el matrimonio en la Sala de los Mariscales (Salle des Maréchaux) a las 20:00 horas.

En un instante, los franceses allí congregados pasan de la indiferencia gentil al entusiasmo y las aclamaciones estallan por doquier.

La misma generosidad tuvo con una cantidad de 250 000 francos obsequiados por su marido, Napoleón III.

Aunque Eugenia no había nacido princesa, pronto supo ponerse a la altura de las circunstancias.

Las continuas aventuras del emperador irritaban a la emperatriz, más que por celos, por el escándalo, que Eugenia no podía aceptar por los principios de su educación católica y porque identificaba la lealtad con el honor.

Al mismo tiempo, 600 000 parisinos (uno de cada dos habitantes) hicieron regalos a la emperatriz.

Ella le había dado a su esposo un hijo y al imperio un heredero.

Lo que más le gustó a la feliz madre fue que este niño, tan deseado, no solo era un hijo de Francia, sino también un hijo de la Iglesia y ahijado del papa Pío IX; la bendición del pontífice se cernía sobre su cuna.

Madame Carette, quien más tarde será su lectora, describe el vivo reflejo de su seducción:[12]​

Gracias a su belleza y elegancia, Eugenia contribuyó de forma destacada al encanto que desprendía el régimen imperial.

[15]​ Este episodio causó una gran angustia y pena en la emperatriz, puesto que se le culpaba a ella directamente del fatal desenlace.

Por otra parte vivió con alegría junto a su esposo la victoria francesa en la Guerra de Crimea en el año 1856.

Durante la guerra franco-prusiana, que concluyó al año siguiente con la derrota de Sedán, fue decisiva la influencia de la emperatriz aconsejando a Napoleón III contra Prusia, la cual había aplastado al católico Imperio austrohúngaro pocos años antes en la guerra austro-prusiana, todo ello frente a la prudencia aconsejada por el primer ministro Émile Ollivier.

El Palacio Beylerbeyi, a orillas del Bósforo, le da la bienvenida durante la estancia en la que visita, entre muchos otros lugares, el Patriarcado Católico Armenio y la Escuela Secundaria Saint-Benoît.

[16]​ A la inauguración del canal asistieron los principales monarcas europeos, incluido el emperador Francisco José I de Austria, quien quedará impresionado por su belleza.

La bomba fue probada en Sheffield y en Devonshire con el consentimiento del radical francés Simon Bernard.

Se atendió sus heridas y regresó a su posada, donde la policía lo detuvo al día siguiente.

El retorno al orden moral predicado por la Iglesia y apoyado por la emperatriz Eugenia, fue una de las preocupaciones del régimen.

Durante el Segundo Imperio y bajo la influencia del mencionado modisto Charles Frederick Worth, se abandona el miriñaque a finales de la década de 1860 en beneficio del más cómodo polisón.

Asimismo, apoyó las investigaciones de Louis Pasteur, que acabarían en la vacuna contra la rabia.

Pudo salir de Francia gracias a su dentista estadounidense el Dr. Evans.

Su médico recomendaba para ella estadías en Bournemouth, lugar que era, en tiempos victorianos, famoso como balneario.

Este evento todavía se conmemora anualmente con el encendido de velas en aquellos jardines cada verano.

Posteriormente el cuerpo fue trasladado a Le Havre y Farnborough bajo custodia del diplomático español Carlos de Goyeneche.

Empezando por las alianzas que encargó a la casa francesa Chaumet, que también realizó para ella otros conjuntos maravillosos, algunos de los cuales se pueden ver hoy en día en Museo del Louvre de París.

Por otra parte, aparece en el largometraje americano Juárez, del año 1939, en el que la emperatriz Eugenia fue interpretada por Gale Sondergaard como una implacable monarca encantada de ayudar a su marido Napoleón III en sus planes de controlar México.

Eugenia retratada junto a su hermana Francisca, hacia 1836
Grabado de 1853 realizado con motivo de la ceremonia de matrimonio civil de Napoleón III y de Eugenia de Montijo, celebrado el 29 de enero de ese mismo año.
La familia imperial fotografiada hacia 1858. De pie, a la izquierda, el emperador Napoleón III; sentada, a la derecha, la emperatriz Eugenia, y a su lado, su hijo, el príncipe Napoleón Eugenio Luis.
La emperatriz Eugenia, 1856
La emperatriz fotografiada a mediados de los años 1860.
La emperatriz Eugenia de luto por su hijo, 1880
Una de las últimas fotografías de la emperatriz, realizada en el Palacio de Liria , en Madrid , 1920
Sepulcro de la emperatriz Eugenia en la Abadía de St Michael, en Farnborough, Inglaterra
Corona de la emperatriz Eugenia, expuesta en el Museo del Louvre
Diadema de la emperatriz Eugenia, expuesta en el Museo del Louvre
Monograma de "N" por Napoleón III en la fachada de la Ópera Garnier en París . La "E" es por la emperatriz Eugenia
Estatua de Eugenia de Montijo en su Granada natal