La Dama de Elche es una escultura íbera realizada en piedra caliza entre los siglos V y IV a. C..
Se trata de un busto que representa una dama, ricamente ataviada, cuyo rostro muestra unas facciones idealizadas.
En la cabeza lleva un tocado compuesto por una tiara cubierta por un velo, una diadema sobre la frente y, en los laterales, dos rodetes que enmarcan el rostro y en los que iría recogido el peinado.
En la parte posterior posee una oquedad que sugiere su posible uso como urna funeraria.
Originalmente estuvo policromada y con los ojos rellenos de pasta vítrea.
Se desarrolló un urbanismo complejo, que perduró hasta época romana (Colonia Iulia Ilici Augusta), y se convirtió en un destacado centro escultórico gracias a las canteras de piedra local.
[11] Esta versión, desconocida hasta 1940, difiere del informe oficial redactado por Pere Ibarra a los pocos días del descubrimiento; en la versión oficial, fue Antonio Maciá, bracero contratado, quien encontró la Dama.
[12] Después de avisar al capataz, Antonio Galiana Sánchez, esperaron al dueño del terreno, el doctor Manuel Campello, quien ordenó trasladar el busto a su casa en Elche.
La noticia del hallazgo de la Reina mora se difundió rápidamente y, para facilitar su contemplación por los vecinos, el doctor la instaló sobre un mueble en uno de los balcones que daba a la calle.
Al frente de su Departamento de Antigüedades Orientales se encontraba Léon Heuzey, quien tenía a Edmond Potier como colaborador; ambos vieron la fotografía e iniciaron los trámites para que el museo comprase la escultura.
[13] Pierre Paris recibió un telegrama en el que le decían que ofreciera entre mil y cuatro mil francos; junto con Pedro Ibarra fueron a casa del doctor Campello y este, en un primer momento, se mostró reticente a deshacerse de la obra pero finalmente decidió venderla por 4000 francos.
Esta presentación fue reseñada en la revista L'illustration el 2 de octubre del mismo año y en ella se describía la escultura como española con influencias orientales.
Uno de ellos fue Emil Hübner, a quien Pedro Ibarra comunicó la noticia del hallazgo.
[19] Después de la guerra civil, durante la cual esos primeros contactos quedarían interrumpidos, en 1940 se retomaron las gestiones.
[28] Los rasgos de su rostro recuerdan a la escultura griega pero, dado que esos cánones se repetían automáticamente, no debió de existir una influencia griega tan directa.
Algunos detalles, como los rodetes o moños laterales, se asemejan a modelos griegos, pero son frecuentes en casi todo el Mediterráneo y su difusión fue protagonizada cargo de púnicos y cartagineses.
Ambos tipos de colgantes aparecen en la escultura ibérica en torno al siglo IV a. C..
La perfección del rostro, comparable a la escultura griega clásica, contrasta con deficiencias en el modelado del volumen y las formas anatómicas, en la línea de otras damas ibéricas; así, por ejemplo, los ropajes angulosos y los pliegues geométricos y rígidos la asemejan a la dama oferente del Cerro de los Santos.
Además, en el Mediterráneo existe la tradición de esculturas de bustos o prótomos, en terracota o piedra, por lo que no sería raro que la Dama hubiera sido siempre un busto.
[30] Por el contrario, otra teoría propone una figura de cuerpo completo, que habría sido seccionada a la altura del pecho y en origen sería sedente o de pie, tipos escultóricos frecuentes en el arte ibérico.
Esta teoría se remonta al momento del descubrimiento cuando, por ejemplo, Pierre Paris indicó la posibilidad de que estuviera fragmentada.
[32] Otra hipótesis, planteada en su momento por Hubner, es que la cavidad sirviese para insertar un machón y así ser posible su sujeción a la pared de un templo, pero el peso de la pieza hace inviable tal función.
Los rasgos del rostro, además de idealizados, son estereotipados, al igual que ocurre en la escultura etrusca o griega arcaica.
Si, por tanto, la escultura tuviera un carácter divino, se puede identificar con una diosa de la fecundidad, representada como diosa madre entronizada al estilo de Cibeles, Isis o Ceres, o bien como Juno.
[35] La datación de la pieza ha sido discutida desde el momento de su descubrimiento y las distintas teorías han propuesto fechas desde el siglo V a. C. hasta el I a. C. pero a partir del análisis formal, tipológico y estilístico, la pieza se sitúa en un periodo comprendido entre los siglos V y IV a. C..
[35] Así mismo, se han dado distintas opiniones especulando sobre la posibilidad de que no fuera antigua sino un fraude moderno.