Presenta una ortografía normalizada[5], pero no una gramática, por lo que hay numerosas variedades locales, cada una de las cuales recibe el nombre del área en la que se hablan: jaqués, belsetán, cheso, ansotano, chistavino, patúes, etc.
La denominación formal más común de la lengua es aragonés, nombre con el que se la conoce local e internacionalmente.
Fabla aragonesa, o simplemente fabla es otra denominación popularizada en el último cuarto del siglo XX que es empleada en los dialectos occidentales del aragonés (documentada en Hecho, Ansó, Ayerbe, Luesia y Uncastillo).
La aprobación de la ley contó con el apoyo del PP y el PAR, partidos que en ese momento tenían la mayoría en la cámara aragonesa, mientras que se opusieron a la ley el PSOE, IU y CHA.
El aragonés forma parte del continuo dialectal que enlaza la mayoría de los romances vernaculares en Europa suroccidental.
El aragonés presenta variadas afinidades con el gascón y el catalán, más acentuadas en el pasado pues en la actualidad ha perdido muchos de los elementos que lo unían con los romances vecinos, y hoy quedan solo en forma de reductos dialectales en el Alto Cinca.
[11] Ethnologue clasifica el aragonés junto al mozárabe, postulando un hipotético grupo pirenaico-mozárabe, clasificación discutible ya que el mozárabe tiene evoluciones fonéticas peculiares no compartidas ni por el aragonés ni por ninguna otra lengua romance de la península.
Estas clasificaciones hacen que el aragonés pueda aparecer como el más sudoccidental de las occitanorromances, pirenaicas y galorromances o a veces como el más oriental de las lenguas iberorromances (cuando no se incluyen el catalán o el occitano).
Algunos rasgos históricos del aragonés comparados con los de otras lenguas (abreviaturas usadas: esp = español; cat = catalán; occ = occitano; port = portugués; galport = galaico-portugués; ast = asturiano; mwl = mirandés; gal = gallego; moz = mozárabe):
Esta forma es bastante particular si se compara con la de las lenguas vecinas, en las cuales o bien no hay distinción de género y número en el indirecto (en castellano) o bien diferencia de número y género en el complemento directo (en catalán): Hay que tener en cuenta que existen formas en algunos dialectos aragoneses que sí tienen marcado el género y número del complemento directo.
La mayoría de preposiciones tienen el mismo origen latino que sus cognados en catalán y castellano.
La variedad estándar del aragonés se está elaborando todavía, pero hay dos concepciones divergentes.
Tiene su origen en el latín vulgar que se formó en los valles pirenaicos aragoneses durante los siglos vii y viii en un área presumiblemente de sustrato eusquérico.
[17][18] La Reconquista, o expansión del primitivo Reino de Aragón hacia el sur sobre tierras musulmanas, llevaría consigo el idioma por todo el territorio conquistado, siendo los siglos XIII y XIV aquellos en que abarcaría su mayor extensión.
Las clases altas y los núcleos urbanos serán los primeros focos de castellanización, quedando el aragonés cada vez más relegado a lengua de ámbito rural o doméstico, y a sufrir un desprestigio social progresivo.
Hubo cambios en los locativos cuando el castellano se extendió a la región tradicional del aragonés.
[35] Hay cambios gráficos de las consonantes, por ejemplo la consonante aragonesa
Las Glosas Emilianenses (siglo X) son el primer testimonio escrito de la lengua aragonesa.
Pero no será hasta los siglos XII y XIII que el aragonés comenzará a tener mayor presencia en los documentos escritos.
De este período, destacan el Liber Regum —primera historia general con desarrollo narrativo amplio en una lengua románica peninsular—, Diez mandamientos —tratado doctrinal destinado a confesores— y el Vidal Mayor, obra jurídica donde aparecen compilados los fueros de Aragón.
Textos como Razón feita d'amor, el Libre dels tres reys d'orient o la Vida de Santa María Egipciaca presentan asimismo claros rasgos aragoneses.
No obstante, el aragonés utilizado en estas obras presenta ya un claro polimorfismo, en el que aparecen castellanismos, catalanismos y cultismos.
A partir del siglo XV, con la entrada de dinastías castellanas en Aragón, la lengua aragonesa sufrirá un progresivo desprestigio social que repercutirá en su literatura.
El teatro renacentista en Aragón es cultivado por Jaime de Huete, que escribió en la primera mitad del siglo XVI sus comedias Tesorina y Vidriana, que incluían diálogos procedentes del habla popular con abundantes aragonesismos.
El siglo XVII contará con escritores aislados que, conscientes de las diferencias entre el habla del pueblo (aragonesa) y la adoptada por los escritores, mirarán de remedar aquella para dar mayor realismo a sus obras.
Algunos ejemplos del aragonés ansotano recogidos por Jean-Joseph Saroïhandy, junto con una traducción al castellano son:[39]