Castillo de Monroy

[1]​ Fue construido inicialmente en torno al año 1330,[2]​ siendo desde entonces y durante varios siglos la sede de los señores de Monroy, familia noble placentina que tuvo que fortificarlo notablemente en el siglo XV para hacer frente a sus disputas con nobles rivales.

Probablemente, en su origen era una simple «casa fuerte» fundada a comienzos del siglo XIV, la cual iría siendo ampliada y reformada progresivamente.

La parte más antigua del castillo es su cuerpo principal, de sección cuadrangular, junto a sus tres torres originales que se remontan al siglo XIV.

Aunque esta última cerca exterior podría tener zonas datables ya en el siglo XVI, lo más probable es que date en gran medida del XIX.

El castillo, convertido en la cabecera de un lugar irrelevante, seguía teniendo un alcaide que no cobraba sueldo alguno y llevaba ese título con carácter meramente honorífico.

Además del alcaide, otro arcaísmo que permanecía en el edificio era el deber teórico de los vecinos de hacer velas y guardas para vigilar entre todos la fortaleza; sin embargo, desde finales del siglo XV se había dispensado en la práctica esta obligación, sustituyéndola un pago en metálico.

Aunque dicho diccionario lo menciona como una construcción «sólida», usa la palabra «vestigios» para referirse al foso y parte de los muros exteriores.

En 1922, Enrique de Aguilera falleció sin descendencia, no habiendo en las décadas siguientes ningún heredero interesado en hacer algo con el castillo, que quedó finalmente abandonado y en ruinas.

No describió el castillo, limitándose a señalar en una sola línea que «Todavía existe la fortaleza, aunque algo averiada».

Entre los excursionistas se hallaba el historiador cauriense Tomás Martín Gil, quien recogió en detalle los monumentos visitados a lo largo del camino, y publicó su relato en 1932 en la Revista de Estudios Extremeños.

Esto significa que alguien se había quedado con el edificio tras la visita de Tomás Martín Gil.

Sin embargo, no existen datos claros sobre quién era el propietario, ni si fueron uno o varios en estos años: está claro que había acabado en manos de alguien adinerado, pero no lo suficiente como para ejecutar las obras de conservación que requería un edificio tan grande.

Muy posteriormente comenzarían a llegar aportaciones públicas, al reconocer las autoridades que se estaba haciendo un notable trabajo.

También se llegó a conocer el alcance de las intervenciones menos convenientes efectuadas en los siglos XVII al XIX.

Fue la última vez que el castillo se utilizó, quedando como un edificio en desuso en las cuatro décadas siguientes.

[50]​ La fortaleza se articula mediante tres recintos concéntricos de forma cuadrada: uno exterior o barbacana; otro interior; y un tercero constituido por el inmueble principal.

Este «segundo recinto» alberga en su interior el castillo propiamente dicho, pero no es la única estructura a tener en cuenta, pues coexiste con otras diversas instalaciones.

Este tramo está limitado al norte por una torre cuadrada almenada, junto a la que hay un cubo más pequeño con cubierta piramidal; actualmente esta torre, exceptuando el cubo, es el único elemento histórico que no forma parte de la parcela catastral del castillo, ya que está aneja a la vivienda de dos plantas con vistas a la plaza de España antes citada.

La restauración de Pablo Palazuelo eliminó unas torrecillas decorativas que se habían añadido a estas torres.

Palazuelo eliminó todo esto y dejó visible desde el jardín tanto las dos torres como la fachada occidental que las une, que posee un acceso mediante un arco apuntado, así como una ventana geminada de medio punto, y otra más pequeña en planta primera.

El patio de intramuros al que se sale por esta fachada es coloquialmente conocido como «Jardín del Moro».

En este espacio, en su parte inferior, se puede acceder en planta baja a las crujías norte y sur mediante arcos de medio punto.

[1]​ Otra estancia destacada es la que se ubica en la planta superior de la crujía sur, ya que en la reforma del edificio se previó su uso como biblioteca y además da acceso a la logia superior de la fachada renacentista ya descrita.

[1]​ Por su parte, la estancia aneja al edificio, antes mencionada como destinada a estudio de Palazuelo, está cubierta interiormente mediante bóveda.

Aunque la Junta los clasifica según su ubicación, a efectos más informativos pueden distinguirse cinco categorías entre las piedras catalogadas: cinco inscripciones epigráficas en latín, tres escudos, dos verracos, cuatro objetos relacionados con el agua y diez conjuntos clasificados de restos pétreos dispersos.

Además, se conservan planos y dibujos arquitectónicos realizados por Pablo Palazuelo y su hermano arquitecto Juan Palazuelo, referentes a las diferentes reformas arquitectónicas acometidas en el edificio, que la Junta de Extremadura también considera parte inseparable del bien de interés cultural.

Al contrario que la anterior, estas piedras se hallan en peores condiciones de conservación, son generalmente menos legibles y proceden del propio castillo.

[76]​ El primero de ellos es un escudo tallado en piedra, redondeado en su base como es característico a partir del siglo XVI.

En alguna ocasión, se ha relacionado con otra pieza que aún permanece en las proximidades del mismo poblado prerromano, en concreto una posible peana.

Esta lejanía geográfica entre la propiedad y el inmueble ha hecho que caiga en desuso durante cuatro décadas, siendo habituales las quejas sobre ello por parte de los vecinos de la villa: pocos días después del fallecimiento del artista en 2007, los vecinos ya estaban reclamando en la prensa que se abriera el castillo permanentemente al público.