Sin embargo, esta situación no duraría mucho ya que en los planes de Felipe V estaba recuperar sus territorios en Italia.
Sin embargo, a la muerte del duque de Parma, el emperador del Sacro Imperio Romano Carlos VI invadió esos territorios y Felipe V, al no recibir apoyo de las dos potencias, amenazó con declarar la guerra por su cuenta.
[3] En 1731, el Sacro Imperio Romano se adhirió al Tratado de Sevilla y Carlos III, con 15 años, abandonó España rumbo a Italia para ocupar sus plazas.
Sin embargo, sus candidatos tenían pocas posibilidades frente a otros con apoyos de Austria y Francia.
Intentó dotar a la capital, Nápoles, del aspecto que debía tener una Corte.
El rey limitó su influencia política, dejando clara la supremacía de la Corona, pero su poder económico siguió intacto.
Fue un hallazgo especialmente importante, porque allí se hallaban tres templos griegos en muy buen estado de conservación.
La Luisiana francesa pasó a manos de España, más preparada para defenderla.
La sublevación de las Trece Colonias contra Jorge III dio a ambas potencias la ocasión para el desquite.
Inglaterra, aislada y sin poder someter a los rebeldes, tuvo que firmar la paz.
España recuperó Menorca, Florida y la costa de Honduras, aunque no pudo conseguir lo mismo con Gibraltar, que los ingleses se negaron en redondo a ceder.
En 1785, el conde de Aranda, para poblar la Luisiana y evitar la instalación de los anglosajones, sugirió que el rey Luis XVI pudiera asentar allí a los últimos acadianos que no se habían asimilado en Francia.
Carlos III había firmado un tratado de comercio con el Imperio otomano siendo rey de Nápoles y Sicilia, pues consideraba a este imperio un freno a los intereses ingleses, austríacos y rusos.
En 1775 envió una expedición militar contra Argel al mando del general Alejandro O'Reilly que acabó en desastre.
En política interior, intentó modernizar la sociedad utilizando el poder absoluto del Monarca bajo un programa ilustrado.
Campomanes apoyó esta medida, pero el pueblo hizo responsable de todo al siciliano.
Se produjo una refriega y hubo bajas por ambas partes, sin que la Guardia Española interviniera.
De Madrid, el levantamiento se trasladó a ciudades como Cuenca, Zaragoza, La Coruña, Oviedo, Santander, Bilbao, Barcelona, Cádiz y Cartagena entre otras muchas.
Pero mientras que en Madrid las quejas se referían al gobierno de la nación, en las provincias las quejas se dirigían contra las autoridades locales, lo cual revela un problema subyacente de corrupción e incompetencia administrativa.
El Monarca desterró a Esquilache y nombró en su lugar al conde de Aranda.
Así se echó del país a la primera plana de la que se ha venido en llamar Escuela Universalista Española del siglo XVIII, es decir profesores y científicos extraordinarios como Mateo Aymerich, Juan Andrés, Lorenzo Hervás o Antonio Eximeno.
Se fundaron así nuevos asentamientos, como La Carolina, La Carlota o La Luisiana, en las actuales provincias de Jaén, Córdoba y Sevilla.
Descendió en número, debido a la desaparición de los hidalgos en los censos por las medidas restrictivas hacia este grupo por el rey.
Carlos III ayudó a repartir las riquezas entre los más necesitados en el país y abolió algunas leyes dictadas por la iglesia que suprimían derechos del pueblo.
Localizada en la periferia peninsular, se identificó con los propósitos reformistas y los ideales ilustrados del siglo.
Enseguida, la invasión francesa arrastraría al país a un ciclo de revolución y reacción que marcaría el siglo siguiente, sin dejar espacio para continuar un reformismo sereno como el que había desarrollado Carlos III.
El impulso a los transportes y comunicaciones interiores (con la organización del Correo como servicio público y la construcción de una red radial de carreteras que cubrían todo el territorio español, convergiendo sobre la capital) ha sido, sin duda, otro factor político que ha actuado en el mismo sentido, acrecentando la cohesión de las diversas regiones españolas.
La masonería llegó a España en 1726, para el año 1748, ya había 800 miembros en Cádiz, que era la puerta hacia la América Española.
[26][27] Autores como José Antonio Ferrer Benimeli llegan a negar la influencia masónica durante la Ilustración en España.
[28] Pese a ello, hay consenso en que se desarrolló indudablemente la masonería en la España ilustrada de Carlos III, del mismo modo a como se estaba desarrollando en los demás países europeos (concretamente en las casas reales y nobiliarias de Alemania, Francia e Inglaterra).