El movimiento ilustrado[1] surgió en la Europa del siglo XVIII como una forma de entender el mundo, la existencia y la sociedad, que no derivaba de los textos sagrados ni de la «tradición» sino que quería constituirse como alternativa a estos, al «iluminar» las sociedades europeas para que abandonaran definitivamente la ignorancia y la superstición y se basaran en ideas racionales.
[3] Así para los ilustrados la razón era el instrumento esencial para alcanzar la verdad por lo que debían ser sometidas a crítica todas las «verdades» (o creencias admitidas) heredadas de la «tradición» (del pasado), especialmente aquellas que se basaban en los prejuicios, en la ignorancia y en la superstición o en los dogmas religiosos.
Y por eso, cuando algunos ilustrados traspasaron ciertos límites, acabaron sufriendo en sus carnes el poder coercitivo del Estado.
Pero la Corona, por su parte, utilizó las propuestas ilustradas para lograr que su poder fuera incontestado y sin ningún tipo de cortapisas.
Por eso la colaboración Monarquía-Ilustración fue a veces ambigua y contradictoria: los gobiernos impulsarán las reformas siempre que estas no sean demasiado radicales como para poner en peligro la estabilidad de todo el entramado del Antiguo Régimen.
[11] Como ha escrito el historiador Roberto Fernández, la mayoría de los ilustrados españoles «eran buenos cristianos y fervientes monárquicos que no tenían nada de subversivos ni revolucionarios en el sentido actual del término.
Eran, eso sí, decididos partidarios de cambios pacíficos y graduales que afectaran a todos los ámbitos de la vida nacional sin alterar en esencia el orden social y político vigentes.
«Negar la sincera religiosidad de nuestros ilustrados constituiría un error», afirman Antonio Mestre y Pablo Pérez García.
[15] Según Pedro Ruiz Torres, el hecho de que el catolicismo ortodoxo continuara siendo hegemónico, incluso entre las élites abiertas a las nuevas ideas, tuvo consecuencias negativas para la Ilustración en España porque los diversos discursos ilustrados elaborados en otros países aquí fueron con frecuencia amputados y tergiversados, a causa también de «la doble censura política y religiosa ejercida a través del Consejo de Castilla y por medio de la Inquisición» que «apenas dejó espacio para una opinión independiente».
[21] Por otro lado la Monarquía absoluta borbónica contaba con poderosos instrumentos para controlar la producción cultural y prohibir aquella que no sirviera a sus intereses.
[24] Así pues, la Ilustración creyó en general que los más altos niveles de la formación cultural debían estar reservados únicamente a una élite.
[26] Entre 1680 y 1720 se produjo lo que el historiador francés Paul Hazard llamó en 1935 La crisis de la conciencia europea, un período decisivo de su historia cultural ya que durante el mismo se pusieron en cuestión los fundamentos del saber hasta entonces admitido gracias a los trabajos de John Locke, Richard Simon, Leibniz, Pierre Bayle, Newton, etc.
[30] Hoy sabemos que las nuevas corrientes culturales europeas ya eran conocidas en las dos últimas décadas del siglo XVII por los novatores —llamados así despectivamente por los tradicionalistas porque, según ellos constituían una amenaza para la fe—, por lo tanto antes de la llegada Borbones.
Como ha señalado François López, citado por Mestre y Pérez García, "no faltan en él ni la condena sin ambages del escolasticismo, ni la esperada mención de Descartes, ni los elogios prodigados a los que, rechazando la filosofía aristotélica, consintiendo más en palabras y distinciones quiméricas que en cosas physicas y reales, se dedican al verdadero conocimiento de la naturaleza y cuanto la compone, atendiéndose a los criterios del más docto científico de Europa, como yo juzgo serlo el admirable Gassendo".
Diez años después, tras varios intentos de crear una academia que defendiese la nueva ciencia, se fundó en casa del doctor Peralta la que en 1700 se llamaría Regia Sociedad de Medicina y otras Ciencias gracias a un privilegio otorgado por el rey Carlos II.
[36] Más que las instituciones culturales creadas por Felipe V, que el historiador Pedro Ruiz Torres, ha llamado "nueva planta académica",[37] fue la actividad intelectual de determinados individuos en tres campos específicos lo que condujo a la plena Ilustración en España: el ensayo —en forma de discursos, oraciones, cartas, informes, etc.— y la historia crítica; el pensamiento político, social y económico; y la ciencia.
[41] En su Teatro Crítico Feijoo censuró la superstición y se ocupó especialmente de denunciar los milagros falsos, porque consideraba además que no hacían ningún favor al cristianismo.
Paradójicamente esta última obra fue criticada por no atenerse a unas supuestas normas del estudio de la historia.
Quien sí lo consiguió fue el agustino Enrique Flórez, que también respondió al llamamiento de Mayans.
[49] Mayans en una carta al nuncio en España, con quien mantenía buenas relaciones, criticó el uso de Flórez del "argumento negativo":[50]
en los Reinos del Perú, "sin duda la obra científica más importante de nuestro siglo XVIII", según Antonio Domínguez Ortiz.
Asimismo destaca la obra del médico Andrés Piquer, cuyas obras también alcanzaron varias ediciones como su Medicina Vetus et Nova (1735) o el Tratado de las Calenturas, quien también se adentró en el campo de la filosofía con Física Moderna, Racional y Experimental (1745) y Lógica Moderna (1747).<[57] Antonio Domínguez Ortiz destacó que la Ilustración en España «se abrió paso con dificultad y sólo llegó a constituir islotes poco extensos y nada radicales» pero que estos «islotes no surgieron al azar».
Este último, entró en contacto con los postulados ilustrados durante su estancia en Sevilla donde había obtenido la plaza de oidor en la Audiencia, al participar en la tertulia que reunía en el Alcázar el intendente Pablo de Olavide.
[64] En la España interior los únicos focos ilustrados de cierta relevancia fueron Zaragoza, Salamanca y, sobre todo, Madrid.
En ella se fundó la primera cátedra de "Economía civil" —lo que después se conocería como "Economía política"— que estuvo a cargo de Lorenzo Normante, muy influido por el napolitano Antonio Genovesi.
"Cuando marchó a Madrid su sucesor divulgó las teorías de Adam Smith, novedad absoluta en España".
En segundo lugar, sus estatutos debían ajustarse al modelo de la Sociedad Económica Matritense de Amigos del País, fundada en 1775, y que habían sido supervisados por el propio Campomanes, con lo que su función fundamental sería apoyar las reformas emprendidas por los ministros del rey.
Todos estos méritos le valieron ser nombrado representante español en la comisión que iba a establecer en París el nuevo sistema de pesos y medidas de alcance universal que sería conocido como sistema métrico decimal.
[77] Durante este período se realizaron varias expediciones científicas que tuvieron gran resonancia en toda Europa, especialmente dos.
Estuvo encabezada por el cirujano militar Francisco Javier Balmis, que ya era muy conocido por haber descubierto durante su estancia en las Antillas unas raíces indias como remedio para las enfermedades venéreas y cuyo hallazgo había publicado en 1794.