Desarrollada la redada en el invierno de 1571-1572, se ordenó sirvieran como forzados sin sueldo los que no estaban avecindados, y como buenas boyas (remero libre asalariado) con un pequeño sueldo los que lo estaban.
[12] Para acabar con el «vagabundeo» de los gitanos una orden de 1717 del nuevo rey borbón Felipe V les obligó a residir en cuarenta y un municipios (seis de ellos en Andalucía: Córdoba, Jaén, Úbeda, Antequera, Ronda y Alcalá La Real),[13] lo que tuvo un efecto paradójico pues obligó a los gitanos que vivían en otras localidades no incluidas en la lista ―y que por tanto ya estaban arraigados― a abandonarlas.
«Contra lo que se creía, las leyes anteriores no habían sido tan ineficaces.
[14] Por esta razón años más tarde se permitió que los gitanos pudieran permanecer en aquellos lugares en donde llevaran viviendo más de diez años, algo no siempre fácil de certificar.
[19] La idea del marqués de la Ensenada de que la única solución al problema gitano era la expulsión se encontró con un obstáculo: el asilo en sagrado al que se acogían los gitanos refugiándose en las iglesias cuando iban a ser detenidos.
Así que recurrió a su buen amigo el cardenal Valenti, nuncio en España,[20] quien consiguió que en abril de 1748 el papa Benedicto XIV concediera la extracción del sagrado bajo determinadas condiciones.
[21] Para obtener la autorización del rey Fernando VI el presidente del Consejo, Gaspar Blázquez Tablada, ganado para la causa de la expulsión por el marqués de la Ensenada,[14] utilizó el siguiente argumento:
[21][14] Para conseguir la aprobación de Fernando VI Ensenada consiguió el apoyo del confesor del rey, el jesuita Francisco Rávago, que utilizó el argumento de que Dios se alegraría «si el rey lograse extinguir esta gente».
Los oficiales que manden las partidas han de ser escogidos por la confianza y el secreto, en el cual consiste el logro y el que los gitanos no se venguen de los pobres paisanos».
Siendo preciso remedio que debáis curar tan grave enfermedad, es el único, exterminarlos de una vez».
La orden era abrir esas instrucciones en un día determinado, estando presente el corregidor y el oficial, para lograr la simultaneidad de la operación.
[24] Las mujeres tejerían y los niños trabajarían en las fábricas, mientras los hombres se emplearían en los arsenales, necesitados de una intensa reforma para posibilitar la modernización de la Armada Española, toda vez que las galeras habían sido abolidas en 1748.
[25] El traslado sería inmediato, y no se detendría hasta llegar al destino, quedando todo enfermo bajo vigilancia militar mientras se recuperaba, para así no retrasar al grupo.
La recogida de los gitanos dio lugar a disturbios que se saldaron con al menos tres fugitivos muertos.
En otros lugares, los propios gitanos se presentaron voluntariamente ante los corregidores, creyendo tal vez que acudían a resolver algún asunto relacionado con su reciente reasentamiento.
Diversas cifras se han barajado para computar el efecto de la medida adoptada en 1749.
Además, muchas partidas se formaron improvisadamente, y no tuvieron bien definido cuál era el objetivo, aun cuando los padrones de gitanos se hallaban incompletos, hecho que hizo surgir numerosas dudas desde un primer momento, por no saber si había de procederse contra todos los gitanos en general, o bien había que hacer excepciones con aquellos que poseían estatutos de cristianos viejos o formaban matrimonios mixtos.
Se dispuso la horca para los fugados, si bien parece que las autoridades locales se negaron a cumplir esa orden, en parte por las decisiones de revisión de casos que veremos a continuación, en parte por considerarla injustificada.
El cónsul francés en Cádiz comunicó a su gobierno que la situación allí era insostenible.
Además, con la ropa que habían desagarrado taponaron los pozos negros de la Casa.
De hecho en la Instrucción incluyó un nuevo caso al que se le podía aplicar la pena de muerte: «al que huyere, sin más justificación, se le ahorcará irremisiblemente».
[6]Se sabe que en 1754, cinco años después de la redada, había 470 mujeres en Valencia y 281 hombres en Cartagena.
Carlos III solicitó que fuera retirada esa mención, pues «hace poco honor a la memoria de mi hermano» .
Ensenada también fue «indultado» por Carlos III y pudo volver a la corte, pero en 1766 fue desterrado de nuevo, «esta vez a Medina del Campo, irónicamente la ciudad donde los Reyes Católicos habían firmado en 1499 la primera pragmática contra los gitanos, aquella que ordenaba que les cortaran las orejas».