Se gasta mucho tiempo y esfuerzo en negar al enemigo la oportunidad de que pueda detectar las propias fuerzas.
La extensión de las operaciones navales hacia aguas poco profundas ha incrementado mucho la amenaza submarina.
Esto no siempre es posible, por lo que los recursos de guerra antiaérea necesitan ser equilibrados entre las batallas aéreas interiores y exteriores.
La humanidad ha practicado la guerra en el mar desde hace, por lo menos, 3000 años hasta el momento presente (desde el I milenio a. C.).
Los ferrocarriles posibilitaron el movimiento masivo de mercancías y personas en tierra firme, sin el cual la Revolución industrial no habría podido alcanzar su pleno desarrollo.
La primera batalla naval registrada en documentos escritos está datada hacia el año 1210 a. C. aproximadamente: Suppiluliuma II, rey de los hititas, se enfrentó con sus naves a una flota procedente de Chipre, la derrotó e incendió los barcos chipriotas en el mar.
Los reyes y héroes griegos que aparecen en las leyendas de Homero (siglo VIII a. C. aproximadamente), usaban sus barcos para transportar sus ejércitos, pero hacían la guerra en tierra firme.
Las guerras médicas, en el siglo V a. C., fueron los primeros conflictos históricos de los que se conocen operaciones navales a gran escala.
Los griegos, conscientes de su inferioridad en tierra, atacaron a los persas realizando una apuesta muy arriesgada, pero rechazaron el desembarco.
El ejército persa siguió el camino del Helesponto, mientras que la flota de barcos jonios, fenicios y sirios lo seguía bordeando la costa.
Durante los siguientes cincuenta años, los griegos dominaron el Egeo, pero volvieron a sus tradicionales enfrentamientos internos.
El final de la guerra, prolongada y funesta para ambos contendientes, llegó con la derrota los atenienses en Egospótamos (405 a. C.) en el Helesponto.
La flota de guerra romana creció gradualmente cuando Roma se fue involucrando cada vez más en las rivalidades políticas del Mediterráneo.
Sin embargo, nunca llegó a establecer una armada imperial (véase, más adelante, la Sección de Asia Medieval).
Durante la dinastía Han (202 a. C.-220 d. C.), los chinos descubrieron el uso del timón popel, montado en la popa de los barcos para hacer virajes.
Sin embargo, la influencia marítima y naval china no se dejaría sentir plenamente en el océano Índico hasta la Edad Media.
En el siglo VIII los vikingos comienzan a hacer su aparición, aunque su estilo normal es aparecer rápidamente, saquear, y desaparecer, preferiblemente en lugares no defendidos.
Esto se hacía normalmente atando los barcos de ambos bandos uno contra el otro, luchando así esencialmente una batalla terrestre sobre el mar.
La última guerra finalizó con una victoria decisiva para Venecia, lo que le permitió disfrutar durante casi un siglo del dominio comercial del Mediterráneo antes que otros países europeos comenzasen a explorar hacia el sur y el oeste.
Lo que siguió fue una rivalidad creciente entre chinos y árabes por el control de las rutas marítimas comerciales del océano Índico.
El emperador Yuan Kublaikan intentó invadir Japón dos veces con flotas enormes (compuestas de ambos, mongoles y chinos), en el 1274 y otra vez en el 1281, ambos intentos no tuvieron éxito (véase Invasiones de los mongoles a Japón).
En el siglo XV, le fue asignado al almirante de la dinastía china Ming, Zheng He la formación de una flota masiva para varias misiones tributarias en el extranjero, navegando por las aguas del Pacífico sureste y del océano Índico.
Como egipcios chiítas-Fatimidas y Mamelucos, el Imperio otomano islámico-sunita centrado en la Turquía moderna, dominó el este del Mar Mediterráneo.
Los turcos otomanos construyeron una armada poderosa, rivalizando con la ciudad-estado de Venecia durante las Guerras otomano-venecianas (1499-1503).
En 1582, la Batalla de la Isla Terceira en las Azores, en la cual una flota española derrotó a una fuerza francesa mucho mayor, suprimiendo así una revuelta en las islas, lo que la convierte en la primera batalla que se luchó en medio del Océano Atlántico.
El siglo XVIII se convirtió en un incesante y continuo cúmulo de guerras mundiales, cada una más grande que la anterior.
El insignificante esfuerzo naval que los Manchúes chinos realizaron contra los barcos británicos más avanzados y propulsados con vapor durante la primera de las Guerras del Opio en los años 1840 fue dolorosamente derrotado.
Debido a que el momento decisivo en la batalla ocurrió cuanto el buque insignia austriaco, el Erzherzog Ferdinand Max hundió con éxito al buque insignia italiano Re d’Italia mediante una colisión intencionada, en las décadas subsiguientes cada armada en el mundo se concentró principalmente en la colisión intencionada como su táctica principal, teniendo también en cuenta la campaña naval de la guerra del Pacífico entre la coalición de Bolivia y Perú contra Chile en el cual el blindado Peruano Huascar resultó, desde el combate de Iquique un quebradero de cabeza para la escuadra Chilena, paradójicamente superior en número, blindaje y armamento a la Peruana, hasta que el Huascar fue capturado frente a Antofagasta tras una trampa tendida por la escuadra Chilena.
La Primera Guerra Mundial enfrentó a la vieja Armada Real contra la nueva armada de la Alemania Imperial, culminando en 1916 con la Batalla de Jutlandia (El futuro no pudo verse cuando el portahidroaviones HMS Campania se perdió la batalla.)
El poder aéreo permaneció clave en todas las flotas durante todo el siglo XX, pasando a los aviones propulsados a chorro desde portaaviones cada vez más grandes, y armados con misiles teledirigidos y con misiles de crucero.