El tratado recibió su nombre al ser llamado así Cayo Lutacio Cátulo, impulsor del acuerdo.
Para hacer frente a sus pérdidas, los cartagineses intentaron extender sus dominios hacia Hispania, estableciendo un acuerdo con Roma para realizar sus conquistas al sur del río Ebro.
[3] Aníbal se dirigió hacia Italia para luchar contra los romanos, cruzó los Alpes, logrando el apoyo de los galos, que habitaban la llanura del Po, logrando vencer a los romanos en las márgenes del Ticino y del Trebia, y en el año 216 a C. la batalla de Cannas (Apulia),[6] consagró a los cartagineses como triunfantes sobre Roma que perdió aproximadamente 30 000 hombres.
La tercera guerra púnica fue realizada por motivos económicos, ya que Cartago, a pesar de su derrota, era una gran competencia en el comercio del Mediterráneo.
[3] Aprovechando que los cartagineses respondieron ante el asalto de Horóscopo en su defensa, pero como no podían hacerlo sin permiso romano, decidieron atacar.
Fundada en el siglo VIII a. C., la primitiva ciudad-Estado, convertida en una república el año 509 a C., ya controlaba la totalidad de la península itálica, y dirigía ahora sus ojos hacia lo que eran las líneas naturales de expansión por tierra, Sicilia, en el sur, y la Galia Transalpina, en el norte.
Con ambas potencias involucradas en el conflicto local, este pronto se convirtió en una guerra a gran escala entre Roma y Cartago por el control de Sicilia.
Tras la estrepitosa derrota en Agrigento, los líderes cartagineses decidieron evitar las confrontaciones directas en tierra con las legiones romanas, concentrándose en el mar.
Sin embargo, el corvus era un artilugio pesado, con sus propios peligros, y su uso fue quedando obsoleto a medida que la flota romana fue ganando experiencia.
Los años posteriores a la primera guerra púnica fueron aprovechados por Cartago para mejorar sus finanzas y expandir su imperio colonial en Hispania (nombre genérico dado en la época a la península ibérica, las actuales España y Portugal) bajo el liderazgo de la familia Barca.
Sin embargo, al finalizar esta, prosiguió su expansión, iniciando una diplomacia agresiva en Hispania que incluía alianzas con enemigos locales de Cartago.
La armada romana podía evitar invasiones anfibias en su territorio, controlar las rutas comerciales e invadir otras costas durante tres años y cuatro meses que la Guerra de los Mercenarios estuvo vigente.
Hostigándolos en campo abierto y erosionando su ejército con acciones puntuales de gran habilidad, Amílcar los condujo hacia el desfiladero conocido como la Sierra.
Se dice que murieron más de cuarenta mil (prácticamente la totalidad del ejército rebelde).
La derrota de las tropas africanas hizo que muchas ciudades regresaran al bando cartaginés.
Matón fue capturado vivo, y el resto de ciudades que permanecían en el bando rebelde se rindieron a Cartago, Túnez incluida.
La derrota supuso el fin de la guerra, y Cartago vio limitadas sus posesiones territoriales a la propia ciudad, perdiendo todas sus colonias comerciales.
Aunque podría considerarse África como un cuarto teatro de operaciones, las acciones allí no tuvieron suficiente extensión en el tiempo ni geográficamente para aceptarlo como tal ya que solo se batallará aquí cuando la guerra en otros frentes ya haya terminado.
Así que Aníbal, para sorpresa de propios y extraños, decidió llevar al ejército por tierra, cruzando los Alpes.
Por su parte, en Roma prevalecía la idea de que, mientras estuviera en Italia con suficientes fuerzas, Aníbal era invencible.
El joven comandante Escipión el Africano, que ya se había enfrentado con las fuerzas de Aníbal en Italia, consiguió tras varios enfrentamientos vencer a las tropas cartaginesas en Hispania lideradas por Asdrúbal Barca y obligarlas a retroceder.
Allí le estaba esperando Cayo Claudio Nerón al mando de un gran ejército romano: la idea de tener otro gran ejército cartaginés en su suelo causó terror en Roma, y decidieron oponerle todas las fuerzas disponibles.
Asdrúbal, sabiéndose perdido, se arrojó sobre las líneas romanas, prefiriendo la muerte a ser capturado.
Los romanos arrojaron su cabeza al campamento de su hermano Aníbal poco después, quien procedería a retirarse hacia las montañas.
En los dieciséis años que pasó en Italia, este fue el único intento de reforzar a su ejército, tarde y mal.
En el este, Aníbal sirvió a varios reyes locales como asesor militar, generalmente en enfrentamientos con Roma.
Sirvió en esas funciones en la corte del Imperio seléucida huyendo tras la batalla de Magnesia al saber que Antíoco III Megas pretendía entregarle a los romanos para congraciarse con ellos.
Catón el Viejo, a quien también disgustaban las muestras públicas de opulencia que se hacían en la ciudad, tras ser testigo del resurgir del viejo enemigo en un viaje a Cartago, solía acabar todos sus discursos en el senado, sin importar cual fuera el tema, con la frase:
Se negaron a aceptar tal demanda, y Roma declaró el inicio de la tercera guerra púnica.
Los habitantes supervivientes fueron vendidos como esclavos, y Cartago dejó de existir hasta que César Augusto la reconstruyera como colonia para veteranos, un siglo más tarde.