Los primeros ejemplares adiestrados, por lo tanto, pertenecían a la especie Elephas maximus, y fueron empleados en las labores agrícolas.
[1] Desde Oriente, el uso militar de los elefantes pasó al Imperio persa, donde fueron empleados en varias campañas.
[2][1] Los quince animales, situados en el centro de las líneas persas, causaron entre los soldados macedonios una impresión tal que Alejandro sintió la necesidad de hacer un sacrificio al dios del miedo, Fobos, la noche anterior a la batalla.
[3] Gracias a su éxito en las batallas, el uso militar de los elefantes se extendió por el mundo.
Incluso en tiempos de paz se utilizaba el aplastamiento por elefante para dar muerte a traidores y otros criminales.
[6] En 220 a. C. fueron utilizados en Hispania por el cartaginés Aníbal para vencer a una coalición de tribus meseteñas en la batalla del Tajo.
La legión fue capaz de resistir el ataque y el elefante se convirtió en adelante en su símbolo.
Plinio el Viejo comenta que "los elefantes se asustan del menor chillido de un cerdo" (VIII, 1.27).
Carlomagno poseía un elefante, Abul-Abbas, regalo del califa abásida Harún al-Rashid, y lo llevó consigo en sus campañas en Dinamarca en 804.
Posteriormente, Tamerlán incorporó estos animales a su ejército y se sirvió de ellos en las campañas contra los turcos otomanos en Anatolia.
El entrenamiento de los elefantes y sus mahouts en la isla correspondía en exclusiva al clan Kuruwe.
En batalla, solían ubicarse en el centro de las líneas, donde se usaban tanto para repeler una carga enemiga como para comenzar una propia.
Su poder se basaba en la fuerza bruta: chocar contra las filas enemigas, aplastarlas y voltear a la gente en el aire con los colmillos.
Además de para cargar, los elefantes hacían un papel importante dando protección estable y segura a los arqueros, que podían disparar flechas desde dentro del mismo campo de batalla, pudiendo alcanzar más objetivos.
Los arqueros, por su parte, fueron evolucionando a otras armas de largo alcance más avanzadas: El Imperio jemer y los reyes de la India utilizaron plataformas gigantes con ballestas para lanzar proyectiles que pudiesen atravesar armaduras y matar a los elefantes enemigos, así como caballería o carros.
A finales del siglo XVI también se introdujeron armas de fuego, pero la pólvora acabó haciendo que los grandes y relativamente lentos elefantes fueran quedando obsoletos como armas de batalla.
Sin embargo, los elefantes también tenían tendencia a dejarse llevar por el pánico: tras aguantar una cantidad moderada de heridas o cuando moría su conductor, huían en estampida, causando bajas indiscriminadas por donde fuera que intentasen huir.