[1] Esta ausencia de una fuerza ciudadana propia obligaba a que el ejército estuviera compuesto sobre todo por soldados extranjeros, como libios, hispanos, galos o griegos.
Roma fue fundada apenas setenta años después que Cartago (753 a. C.), según Marco Terencio Varrón.
Vino a crearse, por tanto, una extraordinaria complementariedad económica y política que, de mantenerse, habría permitido probablemente el desarrollo conjunto de las costas del norte y sur del Mediterráneo, algo que sin embargo no ocurrió.
[2] El historiador griego, por su parte, sitúa la fecha del tratado durante la primera guerra médica, al mismo tiempo que Jerjes cruzaba el Helesponto (siglo V a. C.).
Al mismo tiempo, Cartago estaba comprometida en combates con las colonias griegas del Mediterráneo occidental.
Dos decenios más tarde, en el 510 a. C., Cartago tuvo que enfrentarse a las incursiones espartanas en el oeste de Sicilia.
[4] en cualquier caso, si esto ocurría, solo podrían adquirir lo necesario para efectuar reparaciones en sus barcos o llevar a cabo ceremonias religiosas.
Es probable que a Roma le interesara tener la cobertura naval púnica contra una flota siracusana cada vez más intrusiva.
La ciudad no tenía por entonces intereses expansionistas al sur del Lacio y, en cualquier caso, la marina comercial italiana era inexistente.
[11] Cartago no podía permitirse operaciones militares en el Lacio, comprometida como estaba en la guerra contra los griegos.
La ciudad púnica estaba principalmente interesada en tutelar el tráfico comercial y marítimo en su esfera de influencia propia, más que en interferir en regiones menos rentables, distantes pero ricas, como la costa ibérica.
La expansión romana, tras la caída de Tarquinio el Soberbio, se orienta principalmente hacia la costa tirrénica, al suroeste.
Es posible suponer legítimamente que Roma, en su insignificancia, quisiera asegurarse la no intervención de terceros en tierra mientras comenzaba a presionar al mundo griego.
Por su parte, los cartagineses agregaron Tiro y Útica, mientras prometían no atacar las ciudades costeras del Lacio que se habían aliado a Roma.
Un torbellino de alianzas, incluidas algunas con Cartago, acabaron con la desintegración del reino de Dionisio y su deposición en el 345 a. C. Tarento, que se había mantenido ajena a las hostilidades, crecía en poder, aunque no se arriesgaba a constituir un estado propio.
Tal vez sea debido a la diplomacia cartaginesa que la revisión al tratado del 509 impusiera unas cláusulas esencialmente restrictivas a Roma, en un momento en que esta última se encontraba comprometida en obligaciones militares, y por extensión también económicas.
Esta prohibición no aparecía en el primer tratado, y muestra que Cartago pudo haberse dado cuenta del método de expansión utilizado por Roma.
Con todo ello, Cartago, que buscaba definir de una vez por todas su dominio sobre el Mediterráneo occidental, veía necesario cubrirse las espaldas con una Roma que se crecía ante las dificultades, acumulaba colonias y se mostraba cada vez más poderosa.
Tarento estaba experimentando un periodo de expansión y esplendor, similar a aquel en que limitaba el tráfico marítimo romano en el tratado del 303 a. C. Roma se reveló un enemigo poderoso e incómodo, como se había mostrado antes frente a los samnitas.
En el 282 a. C., un escuadrón de diez naves romanas apareció en aguas tarentinas, violando el tratado, pero fueron destruidas u obligadas a escapar.
[27] Sin embargo, las pérdidas fueron cuantiosas en ambos bandos, tanto que Pirro envió a un embajador para proponer el cese de hostilidades.
Las ingentes pérdidas del ejército epirota, no obstante, dieron origen al término «victoria pírrica».
Pirro aceptó, en parte para abandonar la península y evitar así a los romanos, que se habían mostrado como unos rivales muy duros.
Estas maniobras forzaron el acercamiento de Roma y Cartago, que se tradujo en la firma del cuarto tratado.
[30] Éste es un punto en particular importante: las naves no podían transportar más pasajeros adicionales, y los generales comúnmente usaban a los marineros como soldados cuando llegaba el momento de la batalla.
Los púnicos pensaban, evidentemente, que solo se enfrentarían a los griegos en tierra en Sicilia, pues los marinos eran demasiado valiosos como para transformarlos en infantes.
Por el contrario, es posible suponer que este último tratado permitió a los romanos tomar conciencia de su creciente desarrollo, la importancia y potencia alcanzadas por la república.
En Roma, el final de la guerra no fue acogido demasiado bien por todos, por razones tanto políticas como morales.
[46] Por otro lado, como Catón el Viejo temía, era probable que Cartago no hubiera cesado de ser una amenaza.
Medio siglo más tarde, cuando el pueblo cartaginés finalmente se rebelaría frente a los continuos ataques de Masinisa, esta rebelión ―no autorizada por los romanos― fue adoptada por Roma como casus belli para comenzar la tercera guerra púnica, basándose en la última cláusula del tratado.