Según el informe presentado por el presidente del gobierno español Antonio Cánovas del Castillo ante las Cortes la guerra había causado unos cien mil muertos y había costado doscientos cincuenta millones de pesetas.
Los gobiernos de la Unión Liberal del general O'Donnell formaron una comisión para estudiar las reformas que se debían aplicar en Cuba pero no llegó a ninguna conclusión.
Por su parte el "partido español" optó por enfrentarse tanto a los insurrectos como a los representantes del gobierno metropolitano que tras la revolución de 1868 pretendía introducir ciertas reformas en la isla, "por más que este programa liberalizador hubiese de ser, por fuerza, harto moderado, si pensamos que el poder estaba en manos de hombres como [los generales] Serrano o Dulce, asociados por sus respectivos matrimonios a la riqueza azucarera cubana".
Se luchó por el progreso de la economía y sociedad, por lo que tuvo un carácter contracultural.
El citado "partido peninsular" o "partido español" es el que se hizo dueño de la isla, logrando no solamente echar a Dulce sino a la mayoría de los funcionarios nombrados por los gobiernos del Sexenio Democrático.
Al día siguiente, bajo las órdenes del segundo cabo, general Crespo, por encontrarse ausente Valmaseda, los estudiantes fueron procesados en juicio sumarísimo.
Valmaseda, que había regresado a La Habana, no revocó el fallo ni lo conmutó por pena inferior.
A nivel gubernamental se destaca la “Alianza contra España”, formada por Perú, Chile y Bolivia, surgida durante la guerra del Pacífico de 1865-1866, a las que enseguida se unieron Venezuela, Colombia, México, República Dominicana, Haití, Brasil, El Salvador y Guatemala, que hicieron causa común con los insurgentes cubanos.
Es de destacar la solidaridad que tuvieron muchas personas del mundo con los independentistas cubanos.
Entre los extranjeros que participaron voluntariamente en la contienda a favor de los sublevados, destacan los estadounidenses Thomas Jordan y Henry Reeve, el puertorriqueño Juan Rius Rivera, el peruano Leoncio Prado, el venezolano José Miguel Barreto, los dominicanos hermanos Marcano, etc.
Igualmente, hubo franceses, italianos, e incluso españoles nacidos en la península ibérica que se unieron al Ejército Libertador Cubano.
El dominicano Máximo Gómez y el polaco Carlos Roloff también se unieron a los insurrectos cubanos, pero ellos ya residían en Cuba antes de estallar el conflicto.
[34] Sin embargo, muchos plantadores y propietarios de esclavos no lo vieron del mismo modo «por parecerles mucho lo que a los enemigos se concedía» y uno de sus representantes la llegó a calificar como «la mil veces maldita paz del Zanjón».