Luego, en 1836, se trasladó hacia La Habana para completar sus estudios superiores e iniciar la carrera de abogacía.
Ingresó en el famoso Colegio de Carraguao y allí tuvo entre sus profesores a José Silverio Jorrín.
De regreso en Bayamo, vio morir a su padre y contrajo matrimonio.
Aguilera encabezó el primer Comité Revolucionario Cubano, fundado en Bayamo,[2] con la participación de Pedro Figueredo (Perucho) y Francisco Maceo Osorio.
Por esa razón, Céspedes adelantó la fecha, iniciando la lucha en la madrugada del 10 de octubre en su ingenio, La Demajagua; mientras Aguilera, el hombre que inició el movimiento y a quien no le parecía oportuno lanzarse a la guerra tan pronto, se encontraba en su hacienda Cabaniguán.
Ya antes le habían otorgado el grado de Mayor General.
El 28 está en la Jamaica británica y de allí sale en cuanto puede para Nueva York, a ocuparse de la Agencia General, órgano que dirigía el apoyo exterior a la guerra.
Quiere volver al país con una gran expedición que lleve muchos armamentos a Cuba y en tal sentido agota todas las posibilidades.
Como Aguilera es el vicepresidente, el presidente de la Cámara, Salvador Cisneros Betancourt, que desempeña como interino la Presidencia de la República en Armas, escribe a Francisco Vicente Aguilera: «(...) grandes ventajas reportará al país que vuelva a él un hombre que no ha escatimado sacrificios por su libertad (...) Ud.
Está en mejor situación para administrar la República, venga y salvaremos la Revolución».
Sin embargo, es tan rica la historia sobre el traslado de sus despojos mortales a la patria y los consiguientes enterramientos que bien valen otro reportaje periodístico.
Lo cierto es que, en 1958, fue inaugurado el mausoleo en homenaje al patriota, en cuya base reposan sus restos actualmente.