[3] Convertido en un general de prestigio internacional, mantuvo estrechas relaciones diplomáticas no sólo con la corona de Castilla y Aragón, sino con los mandatarios de los Estados Pontificios, el Sacro Imperio Romano Germánico y las distintas repúblicas italianas, de manera que su persona fuera "...la más estimada que hubo en aquellos tiempos, pues tales príncipes, o deseaban tenerle por amigo, o recelaban que les fuese enemigo.
"[4] En su honor, el moderno tercio de la Legión Española acuartelado en Melilla lleva su nombre.
[8] Pero las acciones que más lo distinguieron fueron las conquistas de Íllora, Montefrío, donde mandó el cuerpo de asalto y fue el primero que subió a la muralla a la vista del enemigo[6] y Loja donde hizo prisionero al monarca nazarí Boabdil que se entregó tras pedir piedad para los vencidos y moradores.
Salen a la mar con mal tiempo, y el convoy se divide en dos.
Montpensier se ve obligado a retirarse hacia Salerno, y Nápoles cae en poder de los españoles.
Esta última apresó una nave genovesa con 300 soldados y cargamento de harina.
Gaeta se ve obligada a capitular, pudiendo llevarse los franceses todas sus pertenencias.
Un tal Menaldo Guerra, corsario vizcaíno, se había apoderado de Ostia y su castillo bajo bandera francesa, cerrando el río Tíber y sometiendo a contribución a Roma.
Durante cinco días las baterías españolas martillearon las fortificaciones hasta abrir brechas en las murallas.
El Asedio de Ostia permitió que Menaldo Guerra y sus secuaces se entregaron como prisioneros sin ofrecer resistencia.
Al recibir al general español, Alejandro VI se atrevió a acusar a los Reyes Católicos de hallarse mal dispuestos con él; pero Gonzalo replicó enumerando los grandes servicios que a la causa de la Iglesia habían prestado los reyes y tachó al Pontífice de ingrato y le aconsejó en tono brusco que reformara su vida y costumbres pues las que llevaba causaban gran escándalo en la cristiandad.
Se une a la expedición la flota veneciana y dos carracas francesas con 800 hombres.
[17] En 1502, el Gran Capitán entró en Tarento, con lo que españoles y franceses han ocupado cada uno su parte del reino de Nápoles.
Luis XII envía otro gran ejército al mando del mariscal Louis II de la Trémoille (30 000 soldados, incluidos 10 000 jinetes y numerosa artillería)[18].
La Tremouille cae enfermo y le sustituye Francisco II Gonzaga, duque de Mantua, al que sustituirá más tarde Ludovico II, marqués de Saluzzo.
Esta capitulación fue sorprendente porque el ejército francés contaba con numerosas tropas aún, la plaza estaba provista de artillería, contaba con víveres para diez días y la flota francesa estaba fondeada en la bahía para abastecerlos y mantener las comunicaciones con el exterior.
Fernández de Córdoba obró con presteza durante años para dirimir entre las distintas facciones italianas, pero no pudo impedir el surgimiento de enemigos políticos entre sus propios lugartenientes, entre los que se hallaron Prospero Colonna y Bartolomeo, de las familias rivales Colonna y Orsini respectivamente, que no se contentaban con la administración castellana.
Su reputación no mejoró a ojos de Fernando, ya que además Córdoba detentaba contactos con el emperador Maximiliano I, padre de Felipe, lo que contribuía a perfilarle como un fuerte apoyo felipista.
[4] En 1507, Fernando recompensó la aparente lealtad del virrey con el ducado de Sessa.
Así mismo, Maximiliano y el Papa Julio II lanzaban jugosas ofertas a Fernández de Córdoba para que liderase sus ejércitos en la Liga de Cambrai contra Venecia, no sólo debido a su fama como estratega, sino también porque sus muchos feudos y redes de contactos en Nápoles le convertían en un activo estratégico internacional.
Estas negociaciones, de las que se habría encargado la propia esposa del castellano, María Manrique, no llegaron a término.
[4] Con la ruptura entre Francia y la Liga en 1510, Gonzalo se ofreció como estratega antifrancés a Julio II, opción que Maximiliano aprobó, pero el Papa no se expuso a las implicaciones políticas de aceptar, ya que al parecer Luis XII había arrancado de Fernando el Católico, aliado papal, la promesa de que el Gran Capitán no intervendría en aquella guerra.
[22] Sus restos reposaron temporalmente en el desaparecido convento granadino de San Francisco, mientras que se efectuaban las obras para su traslado al monasterio de San Jerónimo, hecho que finalmente ocurrió, tras el permiso del ahora conocido como Carlos I, en 1522.
[23] En 1810, durante la Guerra de independencia, las tropas francesas del general Horace Sebastiani profanaron su tumba, mutilando sus restos y quemando las 700 banderas.
[24] En 1835 los restos que quedaban sufrieron una nueva exhumación tras la desamortización española, aunque un monje pudo custodiarlos y entregarlos a la familia Láinez y Fuster, miembros de la Academia de Nobles Artes, quienes lo entregaron a la Comisión de Monumentos y estos, al gobernador civil.
Unos años más tarde, en 1848, el general Fermín de Ezpeleta se interesó por los huesos y, tras un informe médico completo, descubrió que el cadáver estaba incompleto, mezclado con otros cuerpos y había multitud de objetos en la cripta.
[27] El Gran Capitán fue un genio militar excepcionalmente dotado, que por primera vez manejó combinadamente la infantería, la caballería, y la artillería aprovechándose del apoyo naval.
Dio a la caballería un papel más importante para enfrentarse a un enemigo «roto» (persecución u hostigamiento) que para «romperlo» quitándole el papel de reina de las batallas que había tenido hasta entonces.
Puso en práctica, además, un escalonamiento en profundidad, en tres líneas sucesivas, para tener una reserva y una posibilidad suplementaria de maniobra.
Hizo de la infantería española aquel ejército formidable del que decían los franceses después de haber luchado contra él, que «no habían combatido con hombres sino con diablos».