Francesco Guicciardini

En 1506 concluyó su actividad académica; mientras tanto, en noviembre de 1508, contrajo matrimonio, contra la voluntad paterna, con Maria Salviati, perteneciente a una familia políticamente expuesta y abiertamente contraria a Pier Soderini, por aquel entonces gonfaloniere vitalicio de Florencia.

Sin embargo, Guicciardini se ocupó poco de dichas rivalidades, en cuanto su principal interés consistía en ejercer en un futuro algún cargo político, en consideración sobre todo del prestigio del que gozaba la familia de su mujer, lo que podría serle positivo en sus ambiciones.

En 1513 volvió a Florencia, donde desde hacía alrededor de un año había sido reinstaurada la signoria medicea con el apoyo del ejército hispano-pontificio.

Su papel protagonista en la política romana se vio reforzado notablemente en 1517, con el nombramiento a gobernador de Reggio Emilia y de Parma, justo en el delicado momento del conflicto franco-imperial.

El acuerdo fue suscrito en Cognac en 1526, pero se demostró bien pronto fallido; en 1527 la Liga sufrió una dolorosa derrota de Roma siendo la ciudad saqueada por Lansquenetes, mientras en Florencia era instaurada (por tercera y última vez) la república.

A la vuelta de los Medici en Florencia (1531), fue acogido en la corte medicea come consejero del duque Alejandro; sin embargo, no fue tenido en tan alta estima por el sucesor de Alejandro, Cosme I, que le marginó.

Guicciardini entonces se retiró a su villa de Arcetri, donde transcurrió sus últimos años dedicándose a la literatura: reordenó los aforismos de sus Recuerdos políticos y civiles, reunió sus Ricordi politici (Recuerdos políticos) y, sobre todo, redactó su famosa Storia d'Italia.

Como tal, es un monumento a la clase intelectual italiana del siglo XVI, y más específicamente a la escuela florentina de historiadores filósofos (o políticos) de la cual formaron parte también Niccolò Machiavelli, Segni, Pitti, Nardi, Varchi, Francesco Vettori y Donato Giannotti.

Sobre esto Guicciardini está de acuerdo, pero no considera que ello haya sido necesariamente un mal para Italia.

Por otra parte, subyace en el espíritu natural del italiano la inclinación a atender sus propios asuntos; por tanto, podrían (y deberían) conservarse las características de las distintas sociedades italianas, solo bajo un estado federal.

Portada de una edición antigua de la Storia d'Italia .