Este Primer Tratado de Partición de España, firmado en La Haya en 1698, adjudicaba a José Fernando todos los reinos peninsulares —salvo Guipúzcoa—, así como Cerdeña, los Países Bajos Españoles y todos los territorios americanos.
Entonces le dijo a su nieto: «Pórtate bien en España, que es tu primer deber ahora, pero recuerda que naciste en Francia, para mantener la unión entre nuestras dos naciones, es esta la manera de hacerlos felices y preservar la paz de Europa».
Dentro de este contexto se tiene que en 1711 archiduque Carlos fue elegido como Emperador del Sacro Imperio.
Sin embargo y posteriormente a su firma del Tratado, continuaron las hostilidades en el territorio español hasta julio de 1715, cuando se firmó un segundo tratado mediante el cual España perdía sus posesiones en Europa, a cambio de conservar el control de los territorios metropolitanos (a excepción Gibraltar y Menorca, que pasaron a manos de la Gran Bretaña) y sus territorios en América y Asia.
Felipe V también puso en marcha un proceso de reforma agraria para superar el ancestral atraso del campo.
Solo las Provincias Vascongadas y Navarra, así como el Valle de Arán, conservaron sus fueros e instituciones forales tradicionales por su demostrada fidelidad al nuevo rey durante la guerra de sucesión española.
Felipe V se enfrentó a la ruinosa situación económica y financiera del Estado, luchando contra la corrupción y estableciendo nuevos impuestos para hacer más equitativa la carga fiscal.
Fomentó la intervención del Estado en la economía, favoreciendo la agricultura y creando las llamadas manufacturas reales.
Durante su reinado se amplió y reformó notablemente el palacio de Aranjuez.
Igualmente en el terreno del derecho dinástico Felipe V instauró en España los usos franceses.
Como consecuencia de las necesidades de la guerra y siguiendo el modelo francés, Felipe V realizó una profunda remodelación del ejército, sustituyendo los antiguos tercios por un nuevo modelo militar basado en brigadas, regimientos, batallones, compañías y escuadrones.
Cabe destacar que, si bien Felipe V tenía un poder absoluto, nunca gobernó como tal.
Por ello, el verdadero poder lo ejercieron sus primeros ministros, algunos cortesanos como la princesa de los Ursinos, y posteriormente su segunda mujer, Isabel Farnesio, con la que se había casado en 1714.
Felipe V haría que la administración pública corriera directamente por cuenta del Estado y se establecieron las intendencias.
La administración sería ejercida en adelante por la Corona y por funcionarios públicos especialmente nombrados para tales fines.
El nombramiento de los funcionarios tendría en cuenta únicamente su preparación y competencia.
Solo ascenderían por sus méritos y debían percibir un buen salario para evitar la corrupción.
Durante los siglos XVI y XVII muchas ordenanzas enviadas desde la metrópoli fueron «acatadas, mas no cumplidas» por las autoridades coloniales.
Según el historiador Céspedes del Castillo, la meta reformadora consistió en sustituir esa fórmula por otra como esta: «Obedezco, cumplo e informo de haberlo hecho con rapidez y exactitud».
Esto provocó un giro en la política exterior, que se sumó al producido en el interior.
Por ello, Gran Bretaña, Francia, Holanda y Austria firmaron la Cuádruple Alianza contra España.
[19] Con esta última propuesta, Solís defiende seguir el ejemplo del galicanismo y en su escrito alaba la Pragmática Sanción de Bourges:[20]
Sin embargo, la cuestión fundamental del Patronato Regio y del control de los beneficios eclesiásticos fue aplazado para ser discutido más adelante, aunque el obispo-cardenal Molina lo consideró un éxito pues quedaba la «puerta abierta» para que la Junta de Real Patronato continuara actuando sobre la cuestión del control de los beneficios eclesiásticos.
«El mismo confesor del rey, padre Bermúdez, entendía que era pecado mortal reasumir una corona a la cual había renunciado con todas las solemnidades.
El confesor reunió luego, a petición del monarca, una junta de teólogos en el convento de jesuitas, la cual fue contraria a que Felipe V volviera al trono y sólo estaba dispuesta a aprobar que ejerciera el poder como regente de su hijo y heredero, Fernando.
La tarea fue encomendada a Carlos, el futuro Carlos III de España, que empezó por Plasencia, Parma y Toscana (1732) para luego ocupar el trono de Nápoles en 1734 (los tres ducados hubieron de ser devueltos a Austria, para ser más tarde recuperados, menos Toscana, por el infante Felipe).
Según los términos del acuerdo, Carlos VI renunciaba a sus aspiraciones al trono español mantenidas durante la guerra de sucesión española, mientras Felipe V renunciaba a los territorios del Imperio en Italia y los Países Bajos.
Tenía crisis con estado descuidado, con mala higiene personal, en algún momento se creyó una rana y croaba y saltaba por el Palacio de La Granja, o creía que le faltan las extremidades o estaba muerto.
Pensó que querían envenenarlo y no se cambiaba de ropa durante días.
Por ese motivo era recluido en sus habitaciones, con chequeo permanente y guardias para impedirle escapar.