Los poderes del Eje y los Aliados desplegaron tanto acorazados antiguos como de reciente construcción durante la Segunda Guerra Mundial.
[4] La creciente distancia de los enfrentamientos navales llevó a que los portaaviones remplazaran a los acorazados como buques principales de combate durante la Segunda Guerra Mundial, y el último acorazado, el británico HMS Vanguard, fue botado en 1944.
Los cañones que disparaban obuses explosivos o incendiarios eran una gran amenaza para los barcos de madera.
[13] Más tarde en ese mismo conflicto, en 1855, las baterías flotantes ironclad francesas usaron armas similares contra las defensas en la batalla de Kinburn.
Eran buques sin velas, fuertemente blindados y con baterías heterogéneas de cañones en torretas.
Contra grandes buques se empleaba una lluvia de fuego de las rápidas armas secundarias para infligir daños a las superestructuras y distraer a los artilleros enemigos, algo útil contra barcos más pequeños como los cruceros.
Los costosos proyectos navales eran criticados por líderes políticos británicos de todas las inclinaciones,[2] pero en 1888 el miedo a la guerra con Francia y el rearme ruso le dio un nuevo impulso a la construcción naval en las islas.
Diez años después de la botadura del Dreadnought se estaban construyendo buques mucho más poderosos, los super-dreadnought.
[28] La guerra ruso-japonesa proporcionó la experiencia operacional para probar este concepto de batería uniforme.
Sin embargo, los diseños contemplaban un blindaje que se consideró demasiado delgado y requirió de un rediseño sustancial.
Todos los grandes poderes navales compitieron por tener sus propios dreadnoughts, pues la posesión de modernos acorazados no solo era vital para una potencia marítima, sino también, como las armas nucleares en la actualidad, representaba el estatus de una nación en el mundo.
[34] Gracias a factores geográficos, la Real Armada británica pudo mantener bloqueada en el mar del Norte a la ya entonces poderosa Flota de Alta Mar alemana, pues los estrechos y canales que daban salida al Atlántico estaban cerrados por fuerzas británicas.
Las minas marinas también probaron su peligro un mes después, cuando el nuevo acorazado súper-dreadnought británico Audacious chocó contra una y se hundió.
Los buques que fueron botados durante este período fueron conocidos como «acorazados del tratado».
[48] Ya en 1914 el almirante británico Percy Scott predijo que los acorazados perderían toda su relevancia por culpa de la aviación militar.
Los japoneses reconstruyeron todos sus acorazados y cruceros de batalla con distintivas estructuras en forma de pagoda, y el Hiei fue dotado con una torre más moderna que influiría en los nuevos acorazados clase Yamato.
Ninguna marina militar optó por construir portaaviones, y la armada norteamericana solo destinó unos fondos limitados hasta la clase South Dakota.
Su buque gemelo Admiral Scheer tomó represalias bombardeando el puerto de Almería, donde provocó cuantiosos destrozos.
En el Atlántico los alemanes usaron sus acorazados como solitarios corsarios del comercio,[58] mientras que los combates entre buques de guerra tuvieron poca importancia estratégica.
Incluso los acorazados más grandes y poderosos jamás construidos, los clase Yamato japoneses, armados con nueve cañones de 460 mm y diseñados como arma estratégica principal, nunca tuvieron la oportunidad de demostrar su potencial en una batalla decisiva, como las que figuraban en los planes japoneses previos a la guerra.
[63] Unos seis meses después el poderoso acorazado japonés Yamato era enviado a su última y suicida misión contra fuerzas de los EE. UU.
Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, muchas armadas mantuvieron sus acorazados, aunque ya no eran activos militares estratégicamente dominantes.
El blindaje de los acorazados también quedó en nada contra los ataques nucleares, pues los destructores soviéticos clase Kildin y los submarinos clase Whiskey podían disparar misiles tácticos con un alcance de 100 km o más.
Los dos acorazados clase Andrea Doria fueron desguazados en 1956,[65] mismo final que tuvieron los franceses Lorraine, en 1954, Richelieu, en 1968,[66] y Jean Bart, en 1970.
[67] Los cuatro buques británicos clase King George V supervivientes fueron desguazados en 1957,[68] y el Vanguard en 1960.
[69] El resto de acorazados británicos habían sido vendidos o desguazados ya en 1949.
Suecia tenía varios pequeños acorazados para defensa costera, uno de los cuales, el Gustav V, sobrevivió hasta 1970.
[76] Los acorazados estadounidenses clase Iowa se ganaron una nueva vida en la armada norteamericana como buques de soporte artillero, pues con la ayuda del radar y el fuego controlado por ordenador, sus obuses podían ser dirigidos con precisión milimétrica hacia su objetivo.
La mayoría se hallan en los Estados Unidos: USS Massachusetts, North Carolina, Alabama, Iowa, New Jersey, Missouri, Wisconsin y Texas.
Durante la Primera Guerra Mundial y después los acorazados fueron raramente desplegados sin la cobertura de destructores.