Los incas constituían una verdadera casta dentro del imperio con características de exclusividad y preeminencia hacia los súbditos comunes.
Sus miembros pertenecían a las panacas, las familias creadas por cada uno de los soberanos incas que se habían sucedido en el trono.
Esta nobleza, al igual que los soberanos, formaban una estirpe, debido a los enlaces endogámicos que establecían entre sí, no tanto para conservar la pureza de sangre sino para mantener los estrechos vínculos de parentesco con el Sapa Inca.
Las excepciones eran los llamados "nobleza por privilegio", una categoría limitada de individuos comunes que se habían distinguido por méritos militares excepcionales y que eran acogidos en las filas de la nobleza en consideración a las cualidades demostradas en la batalla.
Para distinguirse del resto, los varones miembros de la nobleza se trasquilaban el cabello, cortándoselo y llevándolo sumamente corto en comparación a todos los habitantes del Imperio, quienes estimaban mucho llevar el cabello largo.
Los de la etnia incaica, además se deformaban el cráneo en forma tubular erecta.
Fueron también nobles reconocidos aquellos indígenas descendientes de las grandes macroétnicas costeñas y andinas.
Instaurado el virreinato, la condición de estos nuevos nobles no fue aceptada por los encomenderos, pues creían que esta clase social podría encabezar alzamientos y revoluciones, tal como sucedió durante la rebelión de Manco Inca.
También en otra real cédula del mismo día le otorgaría blasones nobiliarios a Gonzalo Uchu Hualpa y Felipe Tupa Inga Yupanqui, ambos hijos de Huayna Cápac,[6] y en el mismo año a Luis Clemente Topa.
Esta elite indígena había alcanzado el poder en ciertas regiones por haber ayudado como jefes militares y colaboradores políticos a los primeros españoles en sus empresas de conquista, y habían logrado prolongar su mandato hasta la década de 1560, siendo “los mandoncillos caciques” denunciados muchas veces por los mismos indios ordinarios a causa de sus malos tratos.
Los nobles indígenas, aprovechando su condición, muchas veces comerciaban con productos que a su vez se encontraban libres de impuestos (olluco, oca, papa, etc.) y que tenían gran demanda entre la población vernácula.
Con dicha autoridad, privilegios y riquezas, llegarían a mantener sus palacios, así como manejar los negocios más importantes de la economía virreinal.
También los hubo de quienes se trasladaron a la Nueva España,[21] como María Joaquina Uchu.
Por eso usaban las probanzas y las presentaban a los tribunales, aunque muchas veces eran falsas.
A la paranoia se sumó la desconfianza a la Religiosidad popular en los dominios de los Curacas en el Ande, sospechándose que había algunos nobles incas que no eran auténticos cristianos y habían caído en el Sincretismo religioso con la idolatría pagana.
Sin embargo, los nobles incas electores harían todo lo posible por demostrar su lealtad a España y devoción católica.
Sin embargo, el virrey Agustín de Jáuregui prefirió mantenerse cauteloso y tan solo abolió los cacicazgos afines al rebelde Túpac Amaru II.
A su vez, el visitador Jorge Escobedo decidió ser indiferente a la propuesta tras ser retirado Areche del cargo (en gran medida por las rivalidades de Areche y el Virrey Maneul Guirior).
[37][38][39] El magistrado Mata Linares inicio otro intento de abolir los privilegios de los nobles incas, a través del corregidor Matias Baulen, quien solicitó a los Incas Electores que presentaran sus títulos y documentos, acreditados por el gobierno virreinal, para permitirles seguir realizando sus operaciones institucionales.
Con ello, la nobleza incaica dejó de ser reprimida y volverían a realizar sus funciones entre las dinámicas sociopolíticas del Virreinato.
[41] Un primer intento de Disolución se dio con el Protectorado de San Martín, en donde si bien en un inicio quería favorecer a los Monarquistas peruanos, se había dejado claro que los títulos que se mantuvieron como "títulos del Perú" no incluían a la nobleza Indígena, solo a los nobles españoles y criollos titulados que firmaron la declaración de Independencia.
Su vida pública de estos "Incas republicanos" se puede rastrear hasta 1839, donde recibieron al presidente Agustín Gamarra.
[45] Por otro lado, muchos nobles incas que no se asimilaron al sistema gamonal y el centralismo del Centro histórico del Cuzco (ocupado ahora por elites criollas europeizantes que se asentaron en sus antiguas propiedades) con el resto del departamento, se reubicaron en San Jerónimo y San Sebastián, en donde consolidaron algo de presencia, junto a asegurarse un liderazgo político y económico a nivel local como Pequeño-burgueses (dominando la actividad agropecuaria).
Esto usualmente fue a través de invertir el patrimonio y capital que aún pudieron conservar, para casarse con los Hacendados Gamonalistas.
[51] Sin embargo, también tuvieron que lidiar con otros grupos sociales en ascenso, sobre todo la burguesía citadina, la cual se estaba formando en corrientes ideológicas importadas de los Estados Unidos y Europa, los cuales tenían en mente otros proyectos liberales para las tierras de las zonas rurales.
Con Manuel Prado Ugarteche se crearía la Comisión para la Reforma Agraria "Pedro Beltrán", cuyo objetivo era la fomentación de haciendas en la selva, cuya creación debían limitar el poder de los grandes terratenientes (beneficiando a los pequeños y medianos hacendados), mientras los nuevos dueños debían cultivar y poner en práctica los valores capitalistas y liberales.
Con ello, el último rezago de poder en la nobleza indígena peruana, así como retazos deformes del sistema cacical, serían fulminados.
[59] En años recientes aparecerían otras organizaciones civiles, o iniciativas privadas, que andaban en la búsqueda de reunir a descendientes de la "nobleza indígena" virreinal, ya sea con fines culturales o para incursionar en la política.