Mateo Pumacahua

Tuvo cinco hijos: Francisco Paula, Ignacia, Polonia, Lorenza y María Eusebia.

Para hacerle frente a las autoridades, al igual que en gran parte de las indias, se encontraban prácticamente indefensas.

Para sofocar la sublevación fue preciso, pues, acudir a una movilización del elemento indígena, que se encauzó a través de una veintena de caciques fieles, como Felipe Titotaouchi, Evaristo Delgado, Pedro Sahuaraura, Nicolás Rosas o Diego Choquehuanca.

Al frente de ella, entró en campaña desde un primer momento, uniéndose a las columnas que se constituyeron con los escasos efectivos “veteranos”, o regulares, disponibles y con milicianos.

Aunque con ello la rebelión sufrió un gravísimo golpe, su total extinción requirió nuevas expediciones, en las que las tropas de Pumacahua se distinguieron.

Matheo Pumaccahua Inga" por haber "servido a Vuestra Majestad el Rey con mucho celo y total fidelidad" y "haberle hecho la guerra al infame insurgente Joséf Gabriel Condorcanque, fingido Tupa Amaro".

En 1808 contribuyó con un donativo personal, al que seguirán otros, de 2000 pesos para el “empréstito patriótico” que se realizó con el fin de reunir fondos destinados a ayudar a la Península invadida por Napoleón.

[4]​ Se trataba de una provincia densamente poblada que, en la práctica, constituía la retaguardia del Ejército realista del Alto Perú, al que suministraba hombres y medios materiales de todo tipo.

Cuando, finalmente, tuvieron lugar los comicios, fue elegido un Ayuntamiento dominado por la facción liberal exaltada, lo que creó malestar en los sectores conservadores.

La agitación, sin embargo, no cesó, promovida, entre otros, por oficiales americanos del Ejército Real que, tras haber sido capturados por los independentistas y liberados en virtud de la capitulación de Salta, se hallaban en Cuzco.

No se conocen a ciencia cierta las razones que este último tuvo para ese radical cambio de lealtades.

En cuanto al motivo que pudieron tener los criollos para recabar la colaboración del brigadier, no parece que fuera el respeto —uno de ellos se refirió a él como persona “inclinada a las pasiones más bajas e infames”—, ni la coincidencia de intereses, ya que en realidad los dirigentes blancos carecían de un verdadero programa para los indígenas.

Al final, los segundos, atemorizados por la perspectiva de una guerra racial, abandonarían a los primeros.

Desde la propia capital envió una columna al mando del teniente coronel Vicente González, formada por dos compañías, sólo ciento veinte hombres, del Regimiento peninsular de Talavera, recién llegado de España, y por milicianos locales.

Una estaba dirigida por el afroperuano Juan Manuel Pinelo, iqueño, antiguo miembro del Real de Lima y nombrado ahora coronel, y por el cura tucumano Ildefonso Muñecas, ascendido a brigadier.

Por fin, y ayudados por un movimiento interno, ocuparon La Paz el 24, produciéndose atrocidades consustanciales a ese tipo de guerra irregular.

La tercera expedición, la más importante, con cinco mil hombres, estaba encabezada por el propio Pumacahua, que marchó sobre Arequipa.

El 30, sabedores de que Ramírez estaba en marcha desde La Paz, abandonaron la ciudad, en la que inmediatamente, el 6 de diciembre, las mismas autoridades consignaron ahora su protesta contra la rebelión y su fidelidad a Fernando VII.

Tres días más tarde, las fuerzas realistas llegaron a la ciudad, tras una durísima ascensión de los Andes en la peor época del año, entre nieves y ventiscas.

Una vez al otro lado, cargaron, derrotando en menos de media hora a las masas enemigas.

Hasta las mujeres que acompañaban a los realistas se distinguieron, rechazando una incursión de la caballería independentista.

Pumacahua, fugitivo, fue capturado por los habitantes de Sicuani, irritados por los desmanes que en la localidad habían perpetrado sus tropas.

Para entonces en Cuzco había triunfado un movimiento realista, lo que anunciaba el fracaso del alzamiento.

Según el Dr. López Foronda, en el Cuzco se lograron elaborar varios retratos de Pumacahua como Rey Inca del Perú en la primera mitad del siglo XIX (1814-1840), mostrando de ese modo la simpatía que tenían súbditos suyos radicales por la causa monárquica nacional.

Efigie de Pumacahua en el Panteón de los Próceres en Lima.