[10][11] Hoy la metafísica estudia aspectos de la realidad que son inaccesibles a la investigación empírica.
El segundo es la teleología, que estudia los fines como causa última de la realidad.
Aunque esta distinción deriva de la escolástica[16], quizá especialmente por influencia de F. Suarez y sólo es realmente aún aceptada de esa forma dentro de España en algunos círculos, en gran medida debido a que durante el franquismo la escolástica fue la mayoritaria en el territorio español (debido a la depuración y represión ejercida por el régimen) y pese a que la escolástica había sido ya completamente superada por la filosofía moderna y contemporánea.
Por ejemplo, Wolff, en el s. XVIII, diferenció la "metafísica general" -usado indistintamente tanto como ontología que como filosofía primera[17]- de la "metafísica específica", sin embargo, incluso esta distinción se considera errónea y superada a día de hoy.
[19] La versión fuerte es que todas las afirmaciones metafísicas carecen de sentido o significado.
Por otra parte, la versión débil es que si bien las afirmaciones metafísicas poseen significado, es imposible saber cuáles son verdaderas y cuáles falsas, pues esto va más allá de las capacidades cognitivas del ser humano.
Por otra parte, algunos filósofos han sostenido que el ser humano tiene una predisposición natural hacia la metafísica.
Kant la calificó de «necesidad inevitable» y Arthur Schopenhauer incluso definió al ser humano como «animal metafísico».
Estos libros son de carácter esotérico, es decir, Aristóteles nunca los concibió para la publicación.
Con el tiempo la palabra «metafísica» adquirió, como adjetivo, el significado de «difícil» o «sutil» y en algunas circunstancias se utiliza con un carácter peyorativo, pasando a significar «especulativo, dudoso o no científico».
Desde este concepción amplia se entenderían por sustancias aquellas entidades primeras o fundacionales de un sistema filosófico como los átomos para un atomista o las impresiones e ideas para la propuesta de David Hume.
Las categorías comúnmente propuestas incluyen sustancias, propiedades, relaciones, estados de cosas y eventos.
Hasta Parménides, la pregunta fundamental de la filosofía era: ¿de qué está hecho el mundo?
La respuesta a estas preguntas presupone la existencia de ideas universales cognoscibles por todos los seres humanos que se expresan en estos conceptos.
Es a través de ellas que podemos captar el mundo en constante transformación.
Las cosas particulares que vemos solo representan copias más o menos exactas de las ideas.
La determinación o definición de las ideas se obtiene a través del ejercicio dialógico riguroso, enmarcado en determinado contexto histórico y coyuntural, delimitando aquello en lo que se ha centrado la investigación (la idea).
En ese sentido elabora ser, independientemente de las características momentáneas, futuras y casuales.
Para Kant las cuestiones últimas y las estructuras generales de la realidad están ligadas a la pregunta por el sujeto.
Así, se plantea hasta qué punto el ser humano puede llegar a reconocer estas evidencias.
A partir de este planteamiento el idealismo alemán considera que puede superar la contradicción empírica entre sujeto y objeto para poder captar lo absoluto.
Hegel sostiene que de una identidad pura y absoluta no puede surgir o entenderse una diferencia (esa identidad sería como «la noche, en la que todas las vacas son negras»): no explicaría la realidad en toda su diversidad.
La dialéctica explica estas transformaciones, según la cual todos los procesos naturales y sociales ocurren por contradicción.
Esto deja fuera del pensar el devenir, aquello no apresable en la división sensible-inteligible por su carácter informe, y que también deja escapar las subsiguientes divisiones aristotélicas, como sustancia-accidente y acto-potencia.
Pero el pensamiento metafísico carece ya de potencia, puesto que ha rendido sus últimos frutos.
Para Heidegger la metafísica es el «olvido del ser», y la conciencia de este olvido debe abrir una época nueva, enfrentada a la posibilidad de expresar lo dejado al margen del pensamiento.
Esto se debe a que el nacimiento de la filosofía analítica se debiera principalmente a un intento de rebelión contra el idealismo neohegeliano entonces hegemónico en la universidad británica.
El postestructuralismo (Gilles Deleuze, Michel Foucault, Jacques Derrida) retoma la crítica de Nietzsche y argumenta que lo no pensable en la metafísica es precisamente la «diferencia» en tanto tal.
La diferencia, en el pensar metafísico, queda subordinada a los entes, entre los que se da algo como una «relación».
La pretensión de «inscribir la diferencia en el concepto» transformando este y violentando para ello los límites del pensamiento occidental aparece ya como una pretensión que lleva a la filosofía más allá de la metafísica.