El ámbito donde se da es público como mítico, fabuloso (poético-literario) y político (legal).
Por otro lado, se rebajó a Dios al grado de naturaleza, pasando a ser homogéneo y ya no fue más Dios, al menos en el sentido de incognoscible o inconmensurable.
Así vemos, que como no se puede responder desde la religión, cual es la verdadera, es necesario responderlo desde la razón con crítica lógica y coherente; quien pasó a tener, justamente, la razón, como encargada de establecer la verdad religiosa y política desde lejos del mundo.
Aristóteles, en su obra Metafísica, dividió a la sustancia que conforma al mundo en tres clases: Una primera clase física: aquello corruptible, como las plantas, los animales, el cuerpo del hombre y todo lo que hay en el mundo sub-lunar; Una segunda clase también física, pero incorruptible, eterna y móvil: el mundo supra-lunar; Una tercera sustancia metafísica, inmóvil y eterna.
Este argumento fue formulado también por Gottfried Leibniz, quien vio su pensamiento influido por el Padre de la Iglesia africano.
Si esa estructura organizacional es verdadera, el argumento proveerá las razones por las cuales Dios debe existir.
El filósofo francés del siglo XVII, René Descartes, describió un argumento similar.
Otros argumentos han sido categorizados como ontológicos, incluyendo los argüidos por el filósofo islámico Mulla Sadra.
Desde su propuesta, pocas ideas filosóficas han generado tanto interés y discusión como el argumento ontológico.
Esta fue la primera de muchas parodias, todas las cuales intentaron demostrar que el argumento tiene consecuencias absurdas.
[7] Finalmente, filósofos, incluyendo a C. D. Broad, descartaron la coherencia de un ser máximamente grande, proponiendo que algunos atributos de grandeza son incompatibles con otros, haciendo que el «ser máximamente grande» sea incoherente.
Formuló el argumento cosmológico sucintamente: «¿Por qué hay algo en lugar de nada?
[11] Leibniz no pretende basarse en ninguna premisa que descarte la posibilidad de una serie infinita.
En su "Prueba racionalista",[18] Edward Feser defiende el principio de razón suficiente argumentando que si no fuera verdadero, entonces "las cosas y los acontecimientos sin una explicación o inteligibilidad evidentes serían extremadamente comunes" y "seríamos incapaces de confiar en nuestras propias facultades cognitivas".