Monadología

Se llama así porque —siguiendo a Marsilio Ficino, Giordano Bruno y Anne Conway— Leibniz quiso retomar el nombre «monas» del griego, que significa unidad; y «logos», a su vez, tratado o ciencia.

Así, por ejemplo, se puede aceptar que lo compuesto es un derivado, extensión, fenómeno o repetición de lo simple (lo que Kant más tarde vendría a expresar en la dicotomía fenómeno-noúmeno).

Las mónadas son las sustancias simples, sin partes, no tienen extensión, ni figura, son indivisibles, autárquicas, únicas cualitativamente, cambiantes, poseen multitud interna en su unidad e imperfectas; poseen acciones y pasiones (§49) en tanto tienen percepciones claras o confusas y el movimiento entre el continuo de percepciones ocurre por su natural apetito (§15).

Entre las mónadas racionales (almas) hay que señalar también la apercepción, es decir, la reflexión o conciencia de sí.

Hay mónadas que tienen conciencia, se perciben a sí mismas: el alma humana.

Al crear las mónadas, Dios ha preestablecido una armonía entre ellas, para que desarrollen su actividad de forma coordinada.

Leibniz impugnó el sistema dualista cartesiano en su Monadología y se propuso superarlo a través de un sistema metafísico de carácter al mismo tiempo monista (solo lo inextenso es substancial) y pluralista (las substancias están diseminadas en el mundo en número infinito).

Las mónadas son sustancias simples e inmateriales, estas constituyen la base ontológica de la realidad, ya que están en todas partes.