El género operístico francés se inició en la corte del rey Luis XIV con la obra de Jean-Baptiste Lully —de origen italiano— Cadmus et Hermione (1673).
Tal vez la respuesta más interesante a la influencia wagneriana fue la singular obra maestra operística de Claude Debussy, Pelléas et Mélisande (1902),[6] considerada un auténtico no man's land del arte lírico.
Las óperas italianas debían ganarse el favor popular y eso le daba gran dinamismo al género.
Sin embargo, paradójicamente, sería otro compositor italiano, ya establecido en Francia y muy cercano al rey, el que sentaría las bases para la creación de una duradera tradición operística francesa.
Sus sucesores —Pascal Collasse, Henry Desmarets, André Campra, André-Cardinal Destouches y Marin Marais— propiciarán la consolidación de sus obras para atraer público a la ópera.
Lully no se había garantizado la supremacía como principal compositor francés de ópera solo mediante su talento musical.
El más notable, probablemente, sea Marc-Antoine Charpentier (1643-1704),[28][29] que curiosamente también había sustituido a Lully como colaborador de Molière tras su enfrentamiento.
Esta última obra es además la primera ópera en la que las intérpretes femeninas son mujeres «habillées a la françoise» («vestidas a la francesa», como indica el libreto), y en la «entrée» La Provençale, añadida en 1722, Mouret también presentó trajes locales, instrumentos musicales locales y melodías populares meridionales cantadas en el dialecto provenzal.
Sus argumentos ejercerán una gran influencia sobre la ópera francesa en la segunda mitad del siglo XVIII, especialmente en el género emergente conocido como «opéra-comique».
Rameau falleció en 1764 —dejando su última gran «tragédie en musique», Les Boréades sin representar[43]— y ningún compositor francés parecía capaz de asumir su legado.
La querella, que pareció siempre haber tenido ventaja para Gluck, se extinguió finalmente sin un verdadero vencedor.
Compositores establecidos como Grétry y Nicolas Dalayrac (1753-1809), se vieron obligados a escribir piezas de propaganda patriótica para el nuevo régimen.
[58] Siguieron más obras para la Opéra, Fernand Cortez (1809), Pélage ou le Roi de la Paix (1814), Les Deux rivaux (1816) y Olympia (1820).
Otros dos nombres también protagonizaron en esos años la escena parísina, en este caso el de la «opéra-comique»: Isouard y sobre todo, Boïeldieu.
Como Gluck, Giacomo Meyerbeer (1791-1864) era un compositor alemán que, antes de su llegada a París, había aprendido su oficio escribiendo óperas italianas siguiendo el modelo rossiniano.
[67] Les Troyens iba a ser la obra culminación de la tradición clásica francesa encarnada por Gluck y Spontini.
Enseguida trasladó el teatro a otro mayor, situado en la rue Monsigny/Passage Choiseul y en 1858 consiguió que las restricciones del permiso fuesen suprimidas.
Offenbach solía fijar la partitura final después de estrenar las obras y realizar las modificaciones que su rodaje público aconsejaban.
La obra ha sido analizada en muchas ocasiones para entender qué características la hacen tan especial, en un intento de comprender los valores sustantivos del género.
Aunque ya había abordado el género operístico —Le boeuf Apis (1865) y La cour du roi Pétaud (1869)— su gran fama le permitió acometer grandes obras, como Le roi l’a dit (1873), Jean de Nivelle (1880) y su gran éxito, Lakmé (1883) (póstumamente se estrenó su última obra, Kassya, 1893).
No fue la primera de sus obras en ser presentada al público, honor que le cupo a La Princesse jaune (1872), estrenada en la Opéra-Comique, con bastante éxito.
En 1877 finalizó su tercera ópera, Sansón y Dalila, con libreto de Ferdinand Lemaire, una historia bíblica que no fue bien acogida por sus allegados cuando les tocó las partes ya escritas.
[77] Los críticos musicales conservadores que habían rechazado a Berlioz detectaron una nueva amenaza en Richard Wagner, el compositor alemán cuya revolucionaria música teatral estaba causando furor y controversia en toda Europa.
Más adelante, otros compositores franceses empezaron a adoptar la estética wagneriana al por mayor en sus obras, en particular Vincent d'Indy (Fervaal, 1897), Emmanuel Chabrier (Gwendoline, 1886) o Ernest Chausson (Le Roi Arthus, 1903).
La música incidental para Prométhée (1900), un drama lírico con interludios hablados, tuvo un gran éxito y le permitió ensayar una nueva forma de acercamiento al género.
Siete años más tarde, Fauré encontró un tema que le encantó y finalizó Pénélope (1907-1913), un drama lírico.
Al igual que Pelléas y Wozzeck, Pénélope supuso una solución original, pero como esas obras, no tendrá verdaderos sucesores.
[83] Dukas eligió un texto de Maeterlinck y comenzó la obra en 1899, dedicándose a ella durante casi ocho años.
[88] Jacques Ibert (1890-1962) se inició en el género componiendo una ópera en 1921, Persée et Andromède, ou Le plus heureux des trois, que no fue estrenada hasta 1929.
Ibert aún realizó una experiencia operística más, esta vez para la radio, Barbe-bleue (1943), una opéra-bouffe que fue su último acercamiento al género.