El escándalo del Daily Telegraph en 1908, en la que el gobierno falló en corregir o matizar varias declaraciones incendiarias sobre política internacional, obligó al emperador a controlar sus discursos y conllevó la dimisión del canciller Bernhard von Bülow.[1] Tras la partida de Bismarck, la Alemania guillermina emprendió una política exterior más asertiva destinada a reclamar su «lugar bajo el Sol como nueva potencia mundial, cuestionando así la hegemonía de potencias tradicionales como el Reino Unido, Francia o Rusia.Entre las políticas internacionales cabe destacar la creación de una Flota de Alta Mar para competir con la Royal Navy, o la oposición a que Marruecos se convirtiera en colonia francesa, hecho que originaría la primera y la segunda crisis marroquí.[4] Tras el estallido de la Primera Guerra Mundial, Guillermo II fue progresivamente apartado por la cúpula militar, que consideraba sus intervenciones disruptivas.Guillermo II designó entonces en su lugar a Leo von Caprivi, que posteriormente fue sustituido por Chlodwig zu Hohenlohe-Schillingsfürst en 1894.Los historiadores debaten acerca del grado de éxito que tuvo Guillermo II al implantar el «gobierno personal» en su época.Bismarck jamás había permitido a ningún ministro ver en persona al emperador sin estar él presente, manteniendo así su influencia y su poder político.Pero en realidad, Guillermo II estuvo probablemente en lo correcto al despedir a Bismarck, un hombre cuyas habilidades políticas estaban disminuyendo y que se había vuelto peligrosamente hostil con los elementos socialistas dentro del Reich.La política exterior alemana durante el reinado de Guillermo II se enfrentó con varios problemas significativos.Esto lo condujo a una cierta fricción con Francia, que tenía intereses coloniales en ese país, acentuada por el gobierno alemán con la Crisis de Agadir.En 1912 invitó a visitar Alemania al expresidente mexicano Porfirio Díaz para presenciar maniobras militares en Maguncia.Simplemente quería que el Imperio alemán prosperara en paz sin afectar negativamente a ningún otro país.Se decidió atacar por Bélgica, aunque Guillermo consiguió que von Moltke el Joven no invadiera también los Países Bajos.Continuó siendo una figura útil, viajaba por las líneas del frente, repartía medallas y daba alentadores discursos.No obstante, Guillermo II seguía teniendo la máxima autoridad en materia de designaciones políticas, y solo con su consentimiento se podían hacer cambios importantes en el Alto Mando.Guillermo II se encontraba en el cuartel general del Ejército Imperial en Spa, Bélgica, a finales de 1918.Guillermo II aceptó la abdicación solo después de que Ludendorff fuera reemplazado por el general Wilhelm Groener.Al día siguiente, el exemperador Guillermo II cruzó la frontera alemana en tren camino a su exilio en los Países Bajos, que se había mantenido neutral durante la guerra.Según testigos, Hitler se mostró irritado por aquella misiva y le dijo a uno de sus asistentes «¡Pero que idiota!».En una carta a su hija, la duquesa de Brunswick, escribiría con júbilo: «La perniciosa Entente Cordiale del tío Eduardo VII finalmente fue derrotada».No obstante la ocupación alemana en suelo neerlandés, los líderes nazis tampoco realizaron entonces ningún acercamiento oficial al antiguo káiser.Con frecuencia, los ministros se quejaban de lo inaccesible que era el emperador, pero éste siempre encontraba tiempo para largas reuniones con Rathenau.Dichas amistades judías no pasaron desapercibidas entre los sectores más nacionalistas y antisemitas, Heinrich Class, en un panfleto de 1912, criticó que «el emperador es un patrocinador de judíos incluso peor que su tío Eduardo [VII], acerca a su órbita emprendedores judíos nuevo ricos, banqueros y mercaderes, e incluso les pide consejo».[26] El antisemitismo de Guillermo II se agudizó tras su abdicación y la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial.No obstante, aquello era por motivos utilitaristas y en beneficio propio, para hacer propaganda del Tercer Reich como si fuera legítimo heredero de la tradición prusiana.[31] En una entrevista para la revista Ken, en 1938, emitió las siguientes opiniones:[32] Allí hay un Estado que se traga todo, despreciando las dignidades humanas y la antigua estructura de nuestra raza [la monarquía], el Estado se pone en lugar de todo lo demás.Por otro lado, también sentía un desprecio total a toda institución reaccionaria que tuviera nexos con el Antiguo Régimen, en tanto que percibía a su movimiento nacionalsocialista como revolucionario e incompatible con la existencia de la aristocracia, pues «el Imperio Alemán es una república cuyo poder emana del pueblo».Tal enfoque ciertamente estropeó la política alemana bajo su liderazgo, ejemplificándose principalmente en acontecimientos como el despido del cauteloso canciller Otto von Bismarck.En 1908 sufrió problemas mentales y, en adelante, su posición tuvo menor peso en la toma de decisiones en Berlín.Esta cultura militar del período tuvo un gran papel al forjar el carácter político de Guillermo II, así como en sus relaciones personales.
El emperador Guillermo con el gran duque de Baden, el príncipe Oscar de Prusia, el gran duque de Hesse, el gran duque de Mecklemburgo-Schwerin, el príncipe Luis de Baviera, el príncipe Max de Baden y su hijo, el príncipe de la Corona Guillermo, en maniobras militares en otoño de 1909.