Más frecuentemente las láminas de grabado, los dibujos o las fotografías se enmarcan y cuelgan para su exhibición, convirtiéndose en cuadros.
Pinturas de dimensiones menores, más que cuadros, se denominarían miniaturas o camafeos.
En el arte bizantino hubo desde el siglo X cuadros en mosaico;[10] aunque su más evidente aportación al concepto de cuadro son los iconos, cuya función litúrgica era ser exhibidos en el iconostasio de los templos, y que pueden fácilmente convertirse en cuadros devocionales[23] transportables como arte mueble a otras instituciones e incluso a domicilios particulares.
A diferencia de los tapices o la pintura mural, el cuadro era un soporte decorativo independiente, que podría ser libremente desplazado y colgado en cualquier lugar.
En cuanto al valor alegórico o simbólico de tales cuadros interiores para el tema del cuadro mayor, hay menores evidencias, pues solo es claro en unos pocos casos, y en otros más sutil o indirecto.
Muchas veces eran diseñados por los propios pintores; y se observan diferencias significativas entre las diferentes escuelas nacionales a partir del siglo XVII (sobriedad en los holandeses y suntuosidad en los italianos, llegando a extremos en la Francia del Rococó).
[31] Un ejemplo de marcos concebidos artísticamente son los del escultor y arquitecto renacentista italiano Jacopo Sansovino.
[32] Véase la galería de imágenes en Commons La particular complicidad entre pintor y público, que las convenciones artísticas han construido en torno a los cuadros (en mayor medida que en otros vehículos de expresión y comunicación visual), hace que la mirada del espectador, su sensibilidad estética y su contexto cultural sean esenciales.
Las piezas sólo incluyen pinturas en dos casos, en el resto, permanecen vacías para que el visitante las aprecie como obras esculturales.