El artista no tiene una existencia como persona designada por su nombre: por humildad se desvanece ante el tema que pinta, pues se trata generalmente de obras destinadas a la devoción religiosa.
Recién en el Renacimiento, los artistas adquirieron un nombre reconocido por sus iguales (Giorgio Vasari les lista en su obra Le Vite) y reciba un nombre personal, que puede ser: A principios del siglo xx, ya establecida la noción de pintor reconocido, los historiadores del arte atribuyen las obras inventariadas a pintores conocidos.
Después repasan estas atribuciones y asignan a pintores anónimos las obras que no concuerdan con las de su supuesto autor.
Por ejemplo, Bernard Berenson había atribuido en 1900 un conjunto de obras a Pier Francesco Fiorentino, pero en 1928, Mason Perkins distinguió un subconjunto que atribuyó a un maestro anónimo, al que dio el nombre de Pseudo Pier Francesco Fiorentino.
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