[1] Parece ser que James Bonsor, inglés aficionado al continente, trabajó en España como ingeniero en las Minas de Riotinto y en la empresa francesa de gas que se usaba en el alumbrado público en Cádiz y Sevilla.
Sus tíos poseían además una segunda residencia en Englefield Green, a las afueras de Londres, donde vivían con sus hijos Ralph, Armitage, Blanca e Inés, primos con los que Bonsor mantuvo siempre una cariñosa relación.
Entre ellos, Bonsor recuerda a Laviada, Charlet, Klinkerberg, Van Maesdyck, Vlenhover, Knoffp, Evrard, Houyoux, Duyck, Crespin, Finch, etc.[9] Algunos pertenecieron después al grupo belga de Los XX.
[10] Fue a los toros con su amigo Isaac Albéniz,[11] al cual había conocido en Bruselas cuando este estudiaba en el conservatorio.
[9] Un cura, José Barrera, le encargó un retrato del vicario de Carmona, Sebastián Gómez Muñiz, por el que pagó cuatro duros "y los materiales".
[19] En la visita al cementerio le sorprendió el emparedamiento: Se desenvolvía mal con la lengua pero pronto hizo amigos.
Desconocía, pues, las habilidades de la naciente disciplina arqueológica (geología, estratigrafía) que le permitieran analizar o reconstruir una estructura desenterrada.
[34] La reflexión familiar debió ser muy sencilla: por entonces la investigación arqueológica europea había descubierto España, sus limitaciones científicas, su historia y cultura antiguas, su arqueología de gabinete, las facilidades que otorgaba para las excavaciones e incluso el traslado al país propio de todo lo encontrado.
[35] Ningún excavador particular y extranjero habría osado expoliar las relativamente modestas antigüedades metropolitanas de las potencias colonialistas (Inglaterra, Alemania o Francia).
[36] La transformación vital que experimentó, desde el incipiente pintor de caballete al arqueólogo-excavador constituye un proceso íntimo y misterioso.
Aunque suficiente como para saber que supuso el primer proyecto de excavación sistemática y planificada en España.
[49] Desde 1905 hasta su donación al Estado español en 1930, no existe ningún dato de nuevos trabajos o excavaciones desarrollados en el yacimiento.
Este anfiteatro es un edificio complejo, ya que conjugaba finalidades propias de teatros y circos.
[52] Consciente Bonsor del valor del monumento, trató por todos los medios que su excavación se efectuase completamente, aunque sin éxito, apelando a las instituciones oficiales y en especial a la Real Academia de la Historia uno de cuyos académicos, Rada, incluso incluye el anfiteatro en su memoria sobre la Necrópolis.
Tampoco se observan obras de excavación en el mismo, por lo que la mayor parte del permanece aún bajo tierra.
Dentro del marco difusionista étnico, que había comenzado a surgir del idealismo filosófico alemán a partir de la década de 1880, la capacidad humana para la innovación fue considerada tan limitada que los descubrimientos básicos, como la cerámica o la metalurgia del bronce, parecían no haber podido ser inventados más que una vez y por tanto se recurría al difusionismo como explicación de su expansión por todo el mundo.
Así cualquier artefacto arqueológico encontrado en un yacimiento debía mostrar la huella de una influencia exterior más potente, fuese minoica, fenicia, egipcia, celta, griega etc. Precisamente ubicada en alguno de los territorios que por entonces estaban siendo explotados por las principales potencias coloniales europeas.
Todavía en 1894 el proto-arqueólogo sevillano Carlos Cañal afirmaba: Posiblemente influyera en Bonsor la proximidad del arqueólogo profesional francés Arthur Engel[57] o quizás se sintiera estimulado por las noticias sobre los asombrosos hallazgos del ingeniero-arqueólogo belga Luis Siret en Almería (publicados con gran aceptación internacional en Amberes en 1887).
Los ajuares, la cerámica, el tipo de ritual daban lugar a interpretaciones ambiguas sobre datación, estatus social, etnia o intercambios comerciales.
Esta cuestión constituye una de las fuentes del ya expuesto semitismo inglés, cuyo máximo representante en Inglaterra fue el historiador George Rawlinson con su obra History of Phoenicians, que es precisamente la obra que Bonsor manejó como modelo histórico.
Bonsor alcanzó un reconocimiento unánime por su notable contribución al progreso y avance de los estudios arqueológicos.
Por último, publicó un escueto estudio sobre hiposandalias romanas (calzado para caballos), acompañado de un curioso dibujo.
Bonsor traza con toda fidelidad una carta arqueológica de la implantación rural romana en el Bajo Guadalquivir donde hace constar las grandes aglomeraciones urbanas, villas, granjas, necrópolis, alfares, puertos, piscinas, estanques y aljibes.
Posteriormente habrían sido expulsados sus habitantes que fundaron la segunda Gadir, en la localización actual de Cádiz.
En este campo hay una pequeña cantera romana en la cual se puede ver una tumba cortada en la roca con sus hornacinas para las urnas cinerarias, como las de Carmona.
El académico madrileño apreció inmediatamente su alto valor, pues no en vano se trataba del calendario litúrgico más antiguo de la Península.
[87] La intervención se produjo, fundamentalmente, en el sector noroeste al presentar mejor estado de conservación.
Según su fantasía victoriana de convertirse en alcaide castellano, una vez restaurado el castillo (1903-1907) lo convirtió en su residencia.
Ya que la inversión de toda la campaña tanto en salarios, primas y materiales, ascendió a 1.181,80 pesetas.
Según sus amigos y admiradores Bonsor publicó relativamente poco, quizás por encontrarse fuera de los circuitos académicos universitarios y también por las limitaciones técnicas de aquella época (dibujos, esquemas a escala, fotografías) incluso por rivalidades con otras nacionalidades (en la rivalidad Alemania-Francia él estuvo siempre del lado francés).