Realmente pudieron ser usadas para guardar ungüentos, quizá pomadas o pastas fragantes, presentes en ceremonias funerarias, lo que explicaría el hallazgo de tantas de estas vasijas en las tumbas.
Por ello, este tipo de vasijas también se denominan más apropiadamente ungüentarios (del latín unguentarium).
[2] Los lacrimatorios reaparecieron durante la época victoriana en el siglo XIX, cuando quienes lloraban la pérdida de un ser querido guardaban sus lágrimas en botellas con tapones especiales que permitían que éstas se evaporasen.
Sin embargo, en fechas más recientes se ha desmontado esta idea; las pruebas químicas han refutado que estas antiguas botellas grecorromanas fueran usadas con ese propósito, y sólo son frascos de perfume vacíos.
Las lágrimas recogidas mostraban cuánto habían adorado y añorado a sus maridos.