Fueron las arcillas de este río la materia prima para elaborar los ladrillos rojos que caracterizan su arquitectura local, ya sea en su catedral, en sus casas, puentes, palacios o molinos.
Para estos, Dios no se pudo encarnar, entrando en clara contradicción con la doctrina de la Iglesia.
Los adeptos se agrupaban en comunidades que se vieron favorecidas frente a la inmoralidad imperante, obteniendo el apoyo de los nobles, la burguesía local y la población en la comarca del Languedoc, en el sureste francés, donde se respiraban aires de mayor libertad frente a la presión de la Iglesia católica.
[7] Durante el Renacimiento, Albi vivió una época de esplendor gracias al comercio del pastel, una planta cultivada para uso como pigmento y tintura.
Entre sus principales monumentos destaca la catedral de Santa Cecilia, construida en ladrillo.