Después de la guerra civil española se pasó a una explotación extensiva a cielo abierto que generó graves problemas medioambientales hasta el cese definitivo de las actividades mineras en 1990.
Hace unos siete millones de años, comenzaron a producirse numerosas erupciones volcánicas en toda la zona, de las que son restos: las islas del mar Menor, la isla Grosa, El Carmolí o el Cabezo Beaza.
El zinc se obtuvo desde mediados del siglo XIX de minerales oxidados, las llamadas calaminas (smithsonita y hemimorfita) y desde inicios del siglo XX también de la esfalerita.
[15][16] En un primer momento, el laboreo de las minas estuvo bajo control directo del Estado.
Roma explotó las minas de Cartagena tanto en galerías subterráneas como "a cielo abierto".
La producción minera continuó descendiendo hasta una total paralización a finales del siglo II.
Unos años después, en 1839, se descubrió en la sierra Almagrera de Almería el riquísimo filón Jaroso, que desató a una auténtica fiebre de la minería en todo el sureste español.
[25] En Cartagena se comenzaron a constituir sociedades anónimas para la explotación de las minas.
Se reabrieron los antiguos pozos mineros romanos al mismo tiempo que apareció una nueva actividad: el beneficio de los antiguos escoriales romanos a los que, con las nuevas tecnologías industriales, se les extraía rendimiento de los restos de minerales que aún conservaban.
[27] Con la riqueza generada por la actividad minera se gestó en Cartagena una poderosa burguesía enriquecida que invirtió sus ingentes fortunas en lujosas casas y palacetes de estilo modernista.
Arquitecto fundamental en este nuevo proceso urbanístico fue el catalán Víctor Beltrí con obras como el Gran Hotel, la Casa Maestre, la Casa Llagostera o el Palacio de Aguirre, todas en Cartagena o el mercado público en La Unión.
[28] A principios del siglo XX, este apogeo dorado del sector minero en Cartagena comenzó a descender súbitamente por la aparición de fuertes competidores en el mercado internacional (Estados Unidos y Australia, principalmente) con una tecnología más eficiente que la empleada por las empresas locales.
[30] En 1988, la empresa Peñarroya vendió la propiedad de todas sus explotaciones mineras a Portmán Golf, una promotora inmobiliaria.
Esta opción, que despertó un gran rechazo vecinal, fue pronto descartada.
Esta comunidad clímax estaría constituida fundamentalmente por lentiscos, espinos negros, acebuches, palmitos y espartos.
Junto con las especies anteriores crecerían también pinos carrascos, coscojas y cipreses de Cartagena.
En las zonas más húmedas se presentarían además encinas, madroños y mirtos.
A comienzos del siglo XIX gran parte de la maquia originaria de la sierra ya había casi totalmente desaparecido, siendo sustituida por un espinar, mucho más pobre ecológicamente.
[52] Disperso por toda la sierra se encuentran multitud de restos del pasado industrial reciente de la minería en la zona: instalaciones, realizadas en ladrillo visto y hierro, entre las que se encuentran:[53] Casi todos estos elementos se encuentran en estado muy ruinoso por el abandono de la actividad minera, aunque algunos han sido recientemente restaurados y son visitables.
[54][55] De la malagueña, la granaína y el taranto de Almería, palos herederos del fandango, traídos por los obreros andaluces y su contacto con los fandangos locales, nacieron los denominados cantes minero-levantinos.
[1] Por lo que se refiere a la protección medioambiental, a pesar del tremendo impacto ecológico generado por las labores mineras, la sierra de Cartagena-La Unión conserva aún importantes valores naturales.
[57] Además, recientemente, se ha propuesto su declaración como reserva de la biosfera por la Unesco.
[60] Los habitantes de la comarca, durante siglos, han dependido del monte.
La más importante está en Peña del Águila y Monte de las Cenizas, que junto a Calblanque constituyen un Parque Regional desde 1992.