Cien Mil Hijos de San Luis

Como ha destacado el historiador Gonzalo Butrón Prida, «la invasión militar protagonizada por los llamados Cien Mil Hijos de San Luis resultó decisiva para la suerte del régimen liberal español restaurado en 1820».La revolución española de 1820 causó una honda preocupación en las monarquías europeas que habían derrotado a Napoleón.El secretario del Foreign Office Castlereagh les escribió a los cancilleres de la Santa Alianza: «Los acontecimientos en España, a medida que se han ido desarrollando, han despertado, como era de esperar, la mayor inquietud por toda Europa».En mayo de 1821 el gobierno del Imperio Ruso enviaba una nota a sus embajadores en la que se manifestaba la «aflicción» y el «dolor» de los soberanos europeos y su desaprobación por «los medios revolucionarios puestos en práctica para dar a España nuevas instituciones».[18]​ Por su parte, el canciller Metternich, el principal artífice del nuevo orden europeo posterior a Napoleón, llegó a considerar más peligrosa la Revolución española de 1820 que la Revolución francesa de 1789, porque la primera había sido «local» mientras que la española era «europea».[11]​[5]​ Metternich en el Congreso de Laibach, donde finalmente se dio vía libre a la intervención austríaca en Nápoles, ya había presionado al representante del Reino de Francia para que interviniera en España —«Es necesario quitarse de encima ese peligro que tenéis a las puertas; es una amenaza para vuestro Gobierno», le había dicho— pero este respondió: «España no es una amenaza; la constitución se debilitará por sí misma y se verá obligada a modificarla».En la carta del 10 de agosto también le había escrito al zar Alejandro lo siguiente: «No crea V.M.Y.[27]​ En realidad esta actitud respondía a la presión francesa, cuyo embajador en Madrid le había comunicado a Fernando VII en un papel secreto que «la Francia no se prestará jamás al restablecimiento del sistema pasado y la Monarquía absoluta.También le decía que el Ejército francés que estaba acantonado en los Pirineos, oficialmente para contener la epidemia de fiebre amarilla declarada en Cataluña, «está dispuesto a proteger y apoyar todos los esfuerzos que hagan los realistas para ejecutar planes razonables y moderados» (esta última palabra no debió gustarle a Fernando VII, apostilla Emilio La Parra López).El canciller austríaco Metternich, por su parte, propuso que se enviaran «Notas formales» al Gobierno de Madrid para que este moderara sus posiciones y en caso de no obtener una respuesta satisfactoria romper las relaciones diplomáticas con el régimen español.[35]​ La respuesta del secretario del Despacho de Estado, el liberal exaltado Evaristo San Miguel, fue «taxativa y poco diplomática»[39]​ pues no dejó margen para la negociación: manifestó la adhesión del Gobierno al «invariable código fundamental jurado en 1812» y rechazó toda intromisión en los asuntos internos españoles («La nación española no reconocerá jamás en ninguna potencia el derecho de intervenir ni de mezclarse en sus negocios», afirmó).La legitimidad iba por primera vez a quemar pólvora bajo la bandera blanca [de los Borbones]… Cruzar de un salto las Españas, triunfar en el mismo suelo donde hacía poco los ejércitos de un hombre fástico [Napoleón] habían sufrido reveses, hacer en seis meses lo que él no había podido lograr en siete años, ¿quién hubiera podido aspirar a lograr tal prodigio?El gobierno británico había hecho un último intento para evitar la invasión y envió a Madrid a Lord FitzRoy Somerset para que consiguiera que el Gobierno español abordara una reforma constitucional que la acercara a la Carta de 1814 tal como habían propuesto los franceses, lo que supondría la «devolución» de gran parte de sus poderes al rey Fernando VII ―aunque con esta misión diplomática el gobierno británico negaba «cualquier apoyo explícito al derecho de los españoles a elegir con libertad e independencia su futuro político», ha comentado Gonzalo Butrón Prida―.[80]​ Pedro Rújula comenta: «la invasión era argumentada siguiendo el patrón justificativo que había propuesto Fernando VII en sus peticiones de ayuda a las cortes europeas».«La nación no fue culpable...; fue seducida por el oro y avasallada por cien mil bayonetas extrangeras [sic]».[75]​ Así lo constató el marqués de Someruelos en 1834: «Vinieron cien mil franceses, es verdad; pero esta fuerza armada, ni la de doscientos, ni cuatrocientos mil franceses no hubieran subyugado a la nación si ésta no hubiera querido».Algunos liberales ya lo habían advertido —muchos pueblos «no pueden pagar en dinero, pero sí en granos»—, pero los que supieron aprovechar el descontento rural causado por los impuestos en metálico fueron los realistas.[106]​ Emilio La Parra López sostiene la misma tesis añadiendo un elemento más: que el Reino Unido esta vez no intervino.[116]​ Conforme iban avanzando hacia el sur las tropas francesas, los realistas españoles desataron «una explosión general de violencia» que «cubrió el país de venganzas y atropellos, practicados sin sujetarse a ninguna autoridad ni seguir norma alguna» y cuyas víctimas fueron los liberales.[147]​[148]​ Fernando VII se mostró aún más obstinado que en Madrid para no emprender el viaje.Sin embargo, según el historiador Josep Fontana, «la plaza estaba mal preparada desde un punto de vista militar.El rey mientras tanto se entretenía volando cometas desde la azotea del Palacio de la Aduana, donde le habían alojado, y contemplando a los sitiadores con unos anteojos.[165]​ Se ha discutido si volar cometas fue una mera diversión o un medio de comunicarse con el enemigo mediante señales convenidas.Así lo constató en sus Notas reservadas el hombre fuerte del Gobierno constitucional José María Calatrava:[172]​Inglaterra avivaría la discordia, se decidiría tal vez, y los aliados, o bien nos retirarían su apoyo moral, que nos ha servido para paralizar a Inglaterra, o nos ofrecerían su apoyo físico, que no podría admitirse sin deshonrar para siempre nuestras armas y perder nuestra independencia.[171]​ El día 25 había comunicado a las Cortes en una sesión secreta «la desmoralización y declarada cobardía de nuestras tropas».[102]​[138]​[183]​[184]​ «Ya en tierra, fueron acogidos por una ceremonia que podía entenderse como el recibimiento después de un largo viaje.[185]​ Ese día el rey anotó en su diario: «recobré mi libertad y volví a la plenitud de mis derechos que me había usurpado una facción».Tras la rendición del gobierno constitucional en Cádiz, aún se libró un último combate el 8 de octubre en Tramaced (Aragón).[204]​ Por su parte, los jefes de las plazas y ciudades que todavía resistían se aprestaron a negociar las capitulaciones con los franceses.
Caricatura británica titulada Los tres caballeros de Verona en una legítima cruzada o la llamada de la sangre en el palacio del rey . Muestra al rey de Francia Luis XVIII sentado en un trineo con armadura y muletas, con el zar Alejandro I y el emperador de Austria Francisco II en el caballete y con el rey de Prusia Federico Guillermo III en la plataforma de atrás. Todos ellos se dirigen a Verona mientras John Bull , que representa al pueblo británico, les dice que por allí no es el camino. Tiran del trineo los "Esclavos de la Santa Alianza ".
Caricatura inglesa del rey Luis XVIII con el título El viejo Bumblehead ['cabeza de chorlito'], el 18, probándose las botas de Napoleón o, preparándose para la Campaña Española (17 de febrero de 1823). Luis XVIII dice: "¡Vaya! Dios de San Luis, ayúdame porque, aunque me han frotado bien los talones con grasa Bears [en referencia al apoyo ruso], me temo que me parecerá un trabajo muy incómodo". El hijo de Napoleón , con las brazos levantados para coger la Corona en cuanto esta caiga, dice: "Las botas no te quedarán bien, viejo Borbón . Me las probaré poco a poco". Al fondo, una guillotina rematada con un gorro frigio aparece de entre la niebla.
La familia real francesa. De izquierda a derecha: Carlos, el conde de Artois , hermano del rey y heredero al trono; el rey Luis XVIII ; María Carolina, Duquesa de Berry ; María Teresa, Duquesa de Angulema ; Luis Antonio, Duque de Angulema ; y Carlos Fernando, Duque de Berry . El Duque de Berry, segundo hijo varón del conde de Artois y tercero en la sucesión al trono, fue asesinado en París el 13 de febrero de 1820 (cuando Riego estaba recorriendo Andalucía intentando que triunfara su pronunciamiento ). El duque de Angulema, segundo en el orden de la sucesión como primogénito del conde de Artois, será el escogido por Luis XVIII para comandar la «expedición de España».
"Planicie de Roncesvalles, 1823". Ilustración que muestra el paso de los Cien Mil Hijos de San Luis por Roncesvalles .
El duque de Angulema , comandante en jefe de los Cien Mil Hijos de San Luis .
Vista del Palacio de Villahermosa en el tomo X del Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar de Pascual Madoz , publicado en 1850. En este palacio se alojó el duque de Angulema durante su breve estancia en Madrid.
El liberal exaltado Evaristo San Miguel , Secretario del Despacho de Estado y líder del Gobierno que preparó al Ejército para hacer frente a la invasión francesa.
Retrato de Francisco Espoz y Mina , que fue el único de los generales que hizo frente al ejército francés.
Palacio del Marqués de Santa Cruz (Viso del Marqués) , donde Fernando VII se alojó durante su traslado de Madrid a Sevilla. Delante la estatua de homenaje de la Marina española a Don Álvaro de Bazán , primer marqués de Santa Cruz, que mandó construir el Palacio, «obra mayor del Renacimiento, única en España», del que Fernando VII no escribió ni una palabra en su diario del viaje. [ 125 ]
Tambor, gastador, leonífero y soldado de infantería ligera durante el Trienio Liberal , según Serafín María de Sotto .
Palacio de la Aduana (Cádiz) , residencia del rey durante el asedio francés de 1823.
El duque de Angulema en la toma del fuerte del Trocadero (31 de agosto de 1823).
Cuadro de José Aparicio que representa el desembarco de Fernando VII en el Puerto de Santa María tras haber sido «liberado» de su «cautiverio» en Cádiz. Es recibido por el duque de Angulema , comandante de los Cien Mil Hijos de San Luis , y por el duque del Infantado , presidente de la Regencia absolutista nombrada por los franceses.
Cuadro que muestra al rey Luis XVIII recibiendo en el balcón de las Tullerías al duque de Angulema a su vuelta de la «expedición de España».