El reinado de Carlos X estuvo marcado por las inmensas tiranteces con la burguesía francesa, y, en general, con las ramas más liberales del estamento político; las pretensiones absolutistas y ultramonárquicas de Carlos X no encontraban cabida en un sistema político formado, en su mayoría, por grupos políticos liberales, que era patente que tenían el apoyo popular suficiente para controlar la Cámara de Diputados, si bien el fraude electoral prevenía tal circunstancia.
Días después, Carlos X, asustado por la posibilidad de que la Guardia Nacional lo derrocara, ordenó su disolución.
Estas leyes, tremendamente impopulares, iban encaminadas a otorgar grandes poderes y privilegios a la nobleza y el clero, en detrimento del tercer estado; en definitiva, la iniciativa legislativa de Carlos X pretendía abolir los principales logros de la Revolución.
La ley Anti-Sacrilegio de ese mismo año convertía en delito penal cualquier ofensa cometida contra la Iglesia Católica; esta ley sería usada como instrumento de venganza política contra muchos políticos liberales.
En noviembre de ese año, el ultramonárquico Villèle perdía la mayoría parlamentaria, y fue desplazado del poder.
El siguiente primer ministro, Jean-Baptiste de Martignac, era un político moderado a quien Carlos X detestaba.
El rey planteó el ministerio de este como un mal pasajero, y no dudó en conspirar contra su primer ministro, que se vio forzado a dimitir en agosto de 1829.
En el ínterin, en enero de 1830, Carlos X declaró la guerra a Argelia debido a que el virrey Hussein Dey había expulsado al cónsul francés en la zona; con esta guerra Carlos X esperaba distraer la atención del público de la situación política interna.
Mediante el ejercicio de los poderes de emergencia, Carlos X pretendía convocar unas nuevas elecciones y manipular los resultados a su favor, lo cual exigía, en primera instancia, poder nombrar prefectos provinciales afines al partido ultramonárquico.
Polignac creía que de este modo el éxito del golpe estaba garantizado.
y Viva la Constitución se sucedieron; esa noche, la policía cerró los jardines del Palais Royal, y la muchedumbre, furiosa, se reunió en las calles adyacentes, dando comienzo a los disturbios.
El mariscal Marmont, a quien Carlos X había puesto al mando de la situación, urgió al monarca a reconciliarse con el pueblo derogando las ordenanzas; Carlos X se negó, al tiempo que los hombres de Marmont, simpatizantes de la causa del pueblo, comenzaban a desertar.
El 2 de agosto la revuelta lo obligó a refugiarse en Rambouillet; ese mismo día, tres regimientos de la Guardia Real, el único cuerpo que había permanecido leal al rey, lo abandonaron.
El "ex-rey" envió una carta a su primo Luis Felipe, pidiéndole que proclamara rey al duque de Burdeos: El Delfín, que comparte mis sentimientos, renuncia también a sus derechos en favor de su sobrino.
Se le permitió residir en Dorset, donde el monarca derrocado fue acosado por los acreedores que le habían prestado grandes sumas de dinero durante su primer exilio en Inglaterra, en tiempos de la Revolución.
Aunque disponían de una pequeña fortuna que, por si acaso, Carlos X había colocado en la Banca Inglesa, la situación en Inglaterra era tremendamente incómoda.