Convertido en el principal chivo expiatorio del asunto, se enteró de que Francisco I le había perdonado la vida cuando ya pisaba el patíbulo, gracias a la intervención de su yerno, Luis de Brézé, que había alertado al rey del asunto.
Cuando Enrique fue herido de muerte en 1559, Catalina prohibió terminantemente a Diana visitarle durante sus últimas horas.
Le fue prohibido hasta asistir a los funerales, y fue expulsada inmediatamente de Chenonceau y obligada a devolver todas las joyas de la corona con las que el rey le había obsequiado.
Su hija mayor hizo erigir una estatua conmemorativa en su honor en la iglesia de la villa, que después fue trasladada en 1576 a la capilla del castillo, lugar donde Diana recibió sepultura.
Los miembros del Comité Revolucionario se quedaron con su cabellera, como trofeo, que terminó perdiéndose en la Historia.
Además, su sarcófago fue desmantelado y el plomo de su base fue utilizado para hacer balas.