Posteriormente su concesión se extiende a otros como prefectos e incluso alcaldes.
Tras los Cien Días, Luis XVIII crea la Condecoración de la Fidelidad, para premiar a los 600 guardias nacionales que mantuvieron su lealtad al monarca durante ese periodo.
Los guardias nacionales condecorados debían prestar al recibir la Condecoración el siguiente juramento: «Juro fidelidad a Dios y al Rey para siempre» Se entregaba también un diploma (40x50mm), firmado por Monsieur, conde de Artois y el marqués Dessolles, coronel general de la Guardia Nacional y mayor general de la misma, respectivamente.
Nunca llegó a ser una orden en sí misma, y en 1824 se reunió su vigilancia a la Cancillería de la Legión de Honor, requiriendo esta para su registro el envío del diploma del decorado que le sería devuelto al completarse su inscripción.
«La Condecoración del Lis habiendo servido de pretexto a multitud de abusos, el Rey ha otorgado su vigilancia al Gran Canciller.