La conquista de estos territorios permitió a Roma asegurar la frontera natural del río Rin.
El libro es considerado como una obra maestra de propaganda política, puesto que César estaba sumamente interesado en influir a sus lectores en Roma.
Entre sus legados se encontraban su primo Lucio Julio César y Marco Antonio, Tito Labieno, Décimo Junio Bruto Albino, Cayo Trebonio, Aulo Hircio y Quinto Tulio Cicerón (hermano menor de Marco Tulio Cicerón).
Además, César tenía la autoridad legal para reclutar más legiones y tropas auxiliares si así lo creía conveniente.
Lo más probable es que César estuviese planeando una campaña contra el reino de Dacia, en los Balcanes.
En el año 61 a. C., instigados por Orgétorix, los helvecios comenzaron a planificar y organizar una migración masiva.
Aunque consiguió escapar, acabó muriendo y se sospechó que incluso pudo haberse suicidado.
Tras dejar a su única legión bajo la dirección de su segundo al mando, Tito Labieno, César se dirigió rápidamente hacia Galia Cisalpina.
Tres legiones bajo el mando de César emboscaron y derrotaron a los tigurinos en la batalla del Arar, causándoles grandes pérdidas.
Los romanos mantuvieron su persecución durante quince días hasta que tuvieron problemas de suministros.
César escogió una colina cercana para plantar batalla y las legiones romanas se detuvieron para enfrentarse a sus enemigos.
Bajo órdenes de César, otras tribus galas capturaron y trajeron a los fugitivos, que fueron ejecutados.
Además, habían ganado distintas batallas y recibido muchos refuerzos, con lo que la situación estaba descontrolándose.
[13][14] En 57 a. C. César volvió a intervenir en un conflicto entre las tribus galas cuando marchó contra los belgas, quienes habitaban en la zona que hoy en día conforma aproximadamente el territorio de Bélgica y además habían atacado a una tribu aliada de Roma.
Los belgas sufrieron grandes pérdidas y finalmente se rindieron cuando vieron que era imposible lograr la victoria.
César reunió su ejército y comenzó las negociaciones con los germanos; pero cuando la caballería germana se alejó a pastar, el romano atacó el campamento enemigo, matando o capturando a 100 000 de ellos, su mayoría mujeres, niños o ancianos.
El propio César estimaba en 430 mil guerreros germanos la fuerza enemiga aunque hoy se considera una exageración.
No obstante los suevos, contra quienes principalmente se había dirigido la expedición, jamás llegaron a ser combatidos.
Vercingetórix y sus galos decidieron no realizar enfrentamientos directos, sino utilizar la táctica de tierra quemada.
El jefe galo ordenó a la tribu de los biturigues que abandonaran y quemaran su capital, Avárico.
Un día lluvioso, cuando los biturigues menos se lo esperaban, Julio César atacó la ciudad, y pudo tomarla tras unas horas de combate.
Al ver esto, los galos marcharon hacia el sur para impedir que se construyera un puente allí.
Al saber que estos últimos también estaban en ese lado del río, los galos huyeron a Gergovia.
Tras esto, César observó que no sería difícil tomar una posición ventajosa más cercana a la ciudad.
Al día siguiente, Comio, dividió a su ejército en dos, para que una parte atacara a la muralla romana, y la otra marchó hacia una sección de la circunferencia que, por la naturaleza del terreno, los romanos no habían podido fortificar.
Sin embargo, cuando la muralla fue quemada por los galos, Julio César tuvo que pelear en desventaja, y decidió ir en ayuda de Labieno, quien estaba siendo atacado por varios flancos.
En el año siguiente, 51 a. C., se produjeron campañas de pacificación contra los carnutes y los belóvacos.
Dependía de aliados extranjeros para su caballería e infantería ligera, reclutándolos entre las tribus numidias, cretenses, hispanas, germánicas y galas.
La guerra de las Galias se transformó en un trasfondo popular para la ficción histórica moderna, en especial en Francia e Italia.
Julio César solo menciona dos militares de baja graduación, dos «centuriones excepcionalmente valientes», Tito Pulón y Lucio Voreno (libro V, cap.