Nacido en Panonia (en Europa central), se convirtió al cristianismo a una temprana edad.Se hizo soldado en la caballería romana en la Galia, pero abandonó el servicio militar en algún momento antes del año 361, cuando se convirtió en discípulo de Hilario de Poitiers, estableciendo el monasterio en Ligugé.Se trata de un santo enormemente popular, puesto que desde muy antiguo existen por todo el mundo cristiano numerosas iglesias y basílicas colocadas bajo su advocación, siendo una de las más destacadas la propia basílica situada en su ciudad original.La misma palabra «capilla» procede de la popular leyenda que acompaña siempre a este santo en toda su iconografía.Sulpicio Severo no incluyó fechas en su cronología, de manera que si bien indicó que Martín estuvo en el ejército por casi dos años después de su bautismo, es difícil determinar exactamente cuándo abandonó el ejército.Estando Martín en Amiens, encontró cerca de la puerta de la ciudad a un mendigo tiritando de frío; enseguida, sacó la espada, rasgó su capa de soldado y le dio la mitad para que se abrigara, declarándole que no podía dársela entera porque la capa pertenecía al ejército romano, en el que servía, gesto que dejó atónitos a los oficiales romanos que presenciaron el acto, pues los oficiales jamás debían mostrar compasión o piedad por nadie, menos hacia los débiles, así la frase «caridad a capa y espada».[3] Esta es la escena que iconográficamente se ha preferido para representar a San Martín.En el arte, óleos y frescos lo han representado innumerables veces, pero especial mención merece la pintura que hizo El Greco (1541-1614) representando a San Martín sobre su caballo, cortando su capa para dársela a un hombre desnudo.Independientemente de las dificultades cronológicas, Sulpicio escribe que justo antes de una batalla en las provincias gálicas en Borbetomagus (actual Worms, Alemania),[7] Martín decidió cambiar lealtades (rehusándose a obedecer al anticristiano emperador Juliano) y rechazó su justo pago por salir del ejército, afirmando que «Soy soldado de Cristo, y no me es legal librar batalla».Sus superiores planeaban aceptar su oferta, pero antes de que pudieran hacerlo los invasores pidieron la paz, la batalla nunca tuvo lugar, y Martín fue dado de baja del ejército, posiblemente alrededor del año 356,[3]para «defender al otro Señor y extender su Reino en la tierra» y dedicar el resto de su vida a servir exclusivamente a Cristo.De acuerdo con Sulpicio, logró convertir a un bandido en los Alpes y confrontó al diablo mismo.Según una leyenda, estando a punto de morir por haberla ingerido, rezó y fue curado milagrosamente.[3] Martín viajó y predicó por la Galia occidental, existiendo según Sulpicio numerosas leyendas locales sobre sus visitas a estas tierras.Otros obispos prestigiosos del orbe cristiano (Ambrosio de Milán, el papa Siricio) también intentaron lo mismo.Sin embargo, Idacio, logró inclinar el parecer del emperador hacia un castigo severo y ejemplar; y Máximo, acusando a Prisciliano de brujería, ordenó finalmente que fuese ejecutado por decapitación, junto con varios de sus seguidores.[13] Martín fundó, a unos tres kilómetros de Tours, una comunidad que fue denominada Maius Monasterium, y hoy conocida como Marmoutier,[3] donde se llegarían a juntar unos 80 monjes, algunos de los cuales serían luego obispos.[3][5] Durante veinticinco años, Martín viajó por las regiones de Turena, Chartres, París, Autun, Sens y Vienne.[3] Quien sería su biógrafo principal, Sulpicio Severo, conoció personalmente a Martín en los últimos años de su vida.[3] La veneración de san Martín fue muy popular en la Edad Media, sobre todo en la región entre el Loira y el Marne, donde Le Roy Ladurie y Zysberg observaron la mayor acumulación de topónimos conmemorativos.La devoción popular a san Martín siguió estando estrechamente identificada con la monarquía merovingia: a principios del siglo VII, Dagoberto I encargó al orfebre san Eligio la realización de una obra en oro y gemas para la tumba-santuario.La relevancia de este santo como patrón húngaro continuó a través de las décadas en el reino, aunque a finales del siglo XI el papel preponderante pasó a ser ocupado por el rey San Esteban y, posteriormente, a comienzos del siglo XIV, por la figura del rey San Ladislao I de Hungría (sin que el culto de San Esteban perdiese fuerza).Los motivos en altares continuaron apareciendo en iglesias húngaras con gran frecuencia hasta finales de la Edad Media.