[16] Desde su infancia fue orientado por su padre, Fernando III, hacia la carrera eclesiástica, al igual que su hermano, el infante Sancho, que llegaría a ser arzobispo de Toledo.
[23] Al parecer al rey Fernando III le complacía en extremo la vocación clerical de su hijo Felipe, «que vivía ejemplarmente», y a fin de obligarle a perseverar en ella intentó que se le concediera el obispado de Osma en 1246, ya que el gobierno de esta diócesis había quedado vacante al ser promovido su titular, Juan de Medina, a la diócesis de Burgos, pero el papa Inocencio IV se opuso tajantemente al proyecto debido a la tierna edad del joven infante, que ni siquiera había terminado sus estudios.
[3] El infante permaneció en Valladolid hasta que tuvo lugar la conquista de Sevilla por los castellanos en 1248, ya que el rey San Fernando planeaba nombrar a su hijo arzobispo de la recién conquistada ciudad,[16] a fin de establecer un vínculo permanente entre la archidiócesis hispalense y la Corona, como indicó Olga Pérez Monzón.
[26] Y teóricamente al menos, el infante Felipe gobernó la archidiócesis hispalense desde 1249 hasta 1258, año en que se casó, pero siempre con el título de «arzobispo electo», tal y cómo aparece en los privilegios rodados de la época.
[33] Y al volver a Castilla, el infante regresó acompañado por su ayo, que era un «inteligente y adulador» italiano llamado Gabo de Lombardía, que, según los testimonios de la época, se había ganado por completo la voluntad del infante y que era conocido en Sevilla como «miçer lombardín», al tiempo que a su esposa la llamaban «la placentina» por proceder de esa ciudad italiana, según afirmó el historiador Antonio Ballesteros Beretta en su obra Sevilla en el siglo XIII, publicada en 1913.
En 1258, y poco después de que su hermano el rey, a pesar de su oposición inicial, le autorizase a abandonar la carrera eclesiástica, el infante Felipe contrajo matrimonio con la princesa Cristina, hija del rey Haakon IV de Noruega.
Esta princesa, considerada por algunos una «figura romántica medieval», ha protagonizado, según algunos autores, «más de una novela» por su vida y su triste destino».
No obstante, en un documento posterior, Alfonso X el Sabio reconoció que había sido decisión suya que la princesa noruega contrajese matrimonio con su hermano Felipe,[43] y posiblemente, como señaló Kinkade:[46] El matrimonio entre el infante Felipe y la princesa Cristina se celebró el día 31 de marzo de 1258[47][4] en Valladolid[46] y de modo fastuoso.
Cerca del palacio en el que residían los infantes Felipe y Cristina se hallaba la ermita y hospital de Santa Bárbara, junto a la iglesia de San Lorenzo, y en dicha ermita, según algunos testimonios, el infante había colocado una gran pintura que representaba a Nuestra Señora de Rocamador, a quien se veneraba mucho en Francia.
[51] Y según la tradición, el infante habría traído esa imagen, ante la que se postraría muchas veces la princesa Cristina, de París en su último viaje a dicha ciudad, habiendo sido un regalo por parte de su tío San Luis, rey de Francia.
[51] Y el infante Felipe, que al parecer «mimaba con sumo cuidado a su esposa», debió levantar también en la iglesia del hospital de Santa Bárbara un altar a Olaf II el Santo,[g] más conocido como San Olaf, que murió en la batalla de Stiklestad luchando contra los daneses y a quien se profesa una gran devoción en Noruega.
[51] Y conviene señalar, por otra parte y como advirtió el profesor Kinkade, que el infante Felipe, según consignó su sobrino Don Juan Manuel en el Libro de la caza, fue muy aficionado a esta al igual que sus hermanos Enrique, Manuel y Alfonso X.
[55] La realidad es, al menos según las crónicas de la época, que la princesa Cristina falleció en Sevilla en 1262[56] por causa del calor, al que no estaba acostumbrada, según la Crónica de Alfonso X, y que fue enterrada en la Colegiata de Covarrubias,[47][57][4] provocando su muerte en el infante Felipe, por no haberle dado hijos, «grandes estragos morales», lo que llevó al viudo a elegir «!o más peligroso del siglo andando en él harto mezclado en las inquietudes públicas con que perdió en todo la gracia de su hermano el Rey».
[78] Tras la reunión de los magnates conjurados en Lerma, Alfonso X intentó descubrir qué había ocurrido realmente en ella, comunicándose con su hermano el infante Felipe y con el señor de Lara.
A pesar del descubrimiento de las cartas que probaban la traición de los nobles, Alfonso X las ignoró y se dispuso a negociar con los sublevados, aunque les ordenó que suspendiesen sus conversaciones con el rey de Navarra, orden que fue desobedecida por ellos, y por su parte, Nuño González de Lara declaró roto su compromiso con Alfonso X el Sabio, que le obligaba a no establecer posturas con musulmanes o cristianos sin antes hacerlo saber al rey.En septiembre de 1272 se reanudaron las negociaciones en la ciudad de Burgos entre el rey y los sublevados, aunque estos últimos se negaron a alojarse en la ciudad y lo hicieron en las aldeas cercanas, y desde allí comunicaron al rey que si deseaba transmitirles algún mensaje lo hiciese por medio de sus emisarios.
Y Alfonso X, por su parte, pactó poco después una alianza con el reino de Navarra, anulando con ello los acuerdos establecidos entre los magnates sublevados y el monarca navarro.
[82] Antes de dirigirse a Granada, los magnates saquearon el territorio, robando ganado y devastando algunas tierras a su paso,[83] a pesar de que el rey les envió mensajeros, portando cartas en las que se recordaba a los rebeldes los favores que habían recibido de él, así como su traición al romper sus vínculos vasalláticos con el soberano.
Y el infante y sus vasallos quedaban obligados a ayudar personalmente al monarca navarro en caso de que Alfonso X atacase su reino y se comprometían a no ir al Sacro Imperio ni a cualquier otra tierra fuera de la península ibérica sin mandato del rey de Navarra y a menos que Alfonso X fuese allí.
[91] Después de haber acompañado hasta Carmona al rey Muhammad II de Granada, que había acudido a Sevilla junto a los infantes y el resto de los exiliados, el infante Felipe dejó la Corte y, «abandonando las armas y la intriga», que habían quebrantado su salud, se retiró a Castilla la Vieja,[92] mientras las relaciones con su hermano el rey entraban en una «fase de declive», según Kinkade.
[22] La posición de los nobles quedó reforzada tras el regreso de los exiliados, al tiempo que la idea o «concepto» que Alfonso X tenía del poder real entraba en un «paréntesis de moderación y debilidad», como señaló Olga Pérez Monzón.
[96] Y en el sepulcro del infante, que está adornado con unos cuarenta y tres escudos de la Orden del Templo,[97] fue colocado un epitafio en latín que traducido al castellano viene a decir:[l] En el mismo templo se encuentra el sepulcro de Inés de Guevara, la segunda esposa del infante,[98][64] aunque en el pasado se supuso que en dicho sepulcro había sido sepultada la tercera esposa del infante, Leonor Rodríguez de Castro,[99][100] o incluso una hija del infante Felipe llamada Beatriz Fernández,[98] algo desmentido por los escudos y emblemas heráldicos esculpidos en el sepulcro, que no se corresponden con los de la Casa de Castro, sino con los de las familias Guevara[101] y Girón.
En la misma capilla se encuentra un tercer sepulcro, realizado en el siglo XIV, en el que se encuentra sepultado un caballero de la Orden de Santiago.
[96] Según el heraldista Faustino Menéndez Pidal de Navascués, se desconocen las circunstancias, aunque posiblemente estuvieran relacionadas con las «intrigas políticas de aquellos revueltos años», que llevaron a que el infante Felipe recibiera sepultura en Villalcázar de Sirga, que pertenecía a la familia de su segunda esposa, y junto a esta, por lo que tal vez, y según dicho erudito, Leonor Rodríguez de Castro, la tercera esposa del infante, no convivía con su esposo desde que en 1272 este último abandonó Castilla y se encaminó al reino nazarí de Granada.