En esta batalla, librada en 1030, el rey Olaf II el Santo (Óláfr Haraldsson) perdió la vida y fue posteriormente canonizado.
[1][2][3] A lo largo del siglo IX, Noruega estuvo gobernada por diferentes caudillos vikingos que controlaban sus propios territorios de forma autónoma si no independiente.
Al final del siglo IX, el rey Harald I de Noruega (Haraldr Hárfagri) consiguió, en gran medida por su alianza con Sigurd Håkonsson de Nidaros, gran poder militar para subyugar los microrreinos, creando el primer Estado noruego unificado.
Aquí fue donde tuvo lugar la batalla, como describió 200 años más tarde Snorri Sturluson en su famoso escrito Heimskringla.
Cien años más tarde se construyó la catedral de Nidaros en Trondheim, en el lugar del sepulcro original.
Quizás fuese una apuesta fuerte por Nidaros con la esperanza de ser aceptado por el campesinado y que respaldaran su reclamación al trono.
Aquellos que pudieron movilizar un ejército a gran escala y no lo hicieron, como los influyentes nobles de Trøndelag (por ejemplo, Einar Tambarskjelve), fueron notables ausencias en ambos bandos.
[4] Mientras la nobleza y los terratenientes habían esperado una mejora de su posición con el retiro del agresivo Olaf, pasó exactamente lo contrario.
Olaf, un gobernante bastante obstinado e imprudente, propenso a torturar y asesinar aquellos que rechazaron rendirse al Cristianismo, irónicamente se convirtió en santo patrón de Noruega.
En 1901, el poeta Per Sivle escribió un poema sobre Tord Foleson, el portaestandarte del rey Olaf en la batalla.
Fue restaurado por la población local durante siglos, y un monumento memorial se levanta actualmente en el lugar.
La más famosa frase del poema, Merket det stend, um mannen han stupa ('El símbolo permanece, incluso cuando cae el hombre'), está escrito en el memorial de Stalheim, Noruega.