Ni siquiera la cristianización del imperio pudo determinar la exclusión de referencias a la escultura clásica romana pagana, y hasta el siglo V, cuando la unidad política se rompió definitivamente, los modelos clásicos siguieron siendo imitados, pero adaptados a los temas del nuevo orden social, político y religioso que se había instaurado.
[4] El estudio de la escultura romana ha demostrado ser un desafío para los investigadores por su evolución que es cualquier cosa menos lineal y lógica.
[7] Jaś Elsner dice: Cuando el cristianismo se convirtió en la religión oficial, el papel del arte cambió radicalmente, aunque no había perdido su importancia central.
[16] Las primeras esculturas realizadas en Roma de las que hay noticia datan del siglo VI a. C. y su estilo es totalmente etrusco.
Todo fue saqueado y llevado a Roma, donde sustituyó la línea de la escultura etrusca que todavía se cultivaba.
[28] La escuela del neoaticismo representa la primera aparición en la historia de un movimiento que legítimamente puede ser llamado neoclasicismo.
El altar fue decorado con varios frisos, algunos con escenas mitológicas más o menos convencionales y comunes en la tradición griega.
[33] Además, Strong afirma que en este inmenso altar aparece por primera vez en el arte grupos donde tanto espectadores como protagonistas participan de una misma escena, pero añade: Si en términos puramente artísticos la madurez tuvo que esperar algún tiempo para desarrollarse, en términos ideológicos, el trabajo estaba bastante adelantado.
Desde su primer consulado, fue acumulando los honores hasta serle ofrecido el Imperio por el Senado y el estatus de «Augusto» a petición del pueblo.
Organizó su país y fomentó las artes, no sin aprovecharse de ellas para promover su imagen personal, como era un uso generalizado entre los poderosos.
Sin embargo, es cierto que la influencia del neoclasicismo de la Escuela Ática se mantuvo firme, y modelos griegos idealizados siguieron siendo utilizados para la difusión de la majestad imperial, combinados con un gusto por la semblanza estableciendo un modelo innovador que fue seguido aún por muchos años.
Para los romanos era la cabeza y no el cuerpo ni los trajes o accesorios, los atributos del centro de interés en el retrato.
[40][41] Con Trajano, sin embargo, los cambios en este nuevo ciclo se inclinaron hacia la idealización, llevado a un grado aún mayor con Adriano, cuyas preferencias helenistas estaban bien marcadas.
Estas máscaras estaban orgullosamente guardadas en el santuario familiar, el lararium, junto con bustos en bronce, terracota o mármol.
Estas obras extrañas, a los ojos modernos, acostumbrados a disfrutar de una estatua como un todo homogéneo, resultan comprensibles cuando se recuerdan las convenciones que regían el arte del retrato antiguo, y cuando sabemos que las estatuas eran para los romanos una especie de simulacro simbólico y no una realidad.
Uno, el más común, era una caja decorada con relieves figurativos y con una cubierta más o menos lisa, otro tipo mostraba otra cubierta también decorada, que podrían incluir los retratos escultóricos del cuerpo completo de los fallecidos, como si estuvieran sentados en un banquete, era un modelo que derivaba del arte etrusco.
Un tercer tipo, confinado en Roma, tenía una decoración abstracta o floral y cabezas de animales, principalmente leones, en los extremos.
Este tipo, a diferencia de los otros, fue decorado con frecuencia por los cuatro costados y podía ser un monumento independiente, instalado al aire libre en cualquier necrópolis, mientras que los otros, aparecían usualmente en nichos de tumbas y su decoración se resumía a las partes que eran visibles.
Es una gran columna completamente cubierta por un friso continuo que forma una espiral hacia la parte superior, es un ejemplo perfecto del estilo narrativo de los relieves históricos romanos.
[56] En estos géneros menores, los camafeos son los más lujosos, limitados a las clases altas y eran usados generalmente como joyas.
Su calidad artística es muy variable, y se cree que la consumida por la gente común son poco atractivas, pero hay ejemplos de gran refinamiento.
En la compleja y polimorfa religión romana la magia tenía un papel nada despreciable, en la que los amuletos encontraron su lugar.
Del mismo modo, las numerosas provincias imperiales, que se extendían desde Hispania, Galia y Britania a Persia, Arabia, Cáucaso y Norte de África, desarrollaban estilos sincréticos con sus propias tradiciones locales, creando obras que fueron aceptadas tanto para la visión metropolitana como para la provincial, aunque interpretados de manera diferente para cada lugar.
El sincretismo fue siempre una característica del arte romano, pero en la época tardo imperial asumió un papel de crucial importancia.
Algunos prototipos oficiales se mantuvieron, mientras que un gran repertorio de otros modelos, simplemente fue condenado al olvido.
El enmascaramiento de los rápidos cambios sociales y políticos que tuvieron lugar en las elegidas formas procedentes de la herencia clásica proporcionaron una cohesión cultural importante en un momento en que los elementos del imperio tendían a la diversidad, y cuando la fragmentación del estado se estaba convirtiendo en una amenaza real.
Según Rachel Kousser: El prestigio de las estatuas paganas continuo en alza hasta el siglo VI, ni siquiera la aparición del cristianismo y el destierro del antiguo culto por Teodosio I en 391 provocó una inmediata destrucción de las imágenes religiosas y decorativas.
Esto es un hecho, pero ha sido interpretado por autores influyentes tales como Arnold Toynbee y Roger Fry en demérito de los romanos, mirándolos como un pueblo esencialmente imitativo, una subespecie de helenismo, y cuyo único valor artístico habría sido trasmitir para la posteridad la herencia griega.
De cualquier manera, la escultura da mucho material para poder estudiar todo el legado romano y comprender su actitud peculiar en el ámbito cultural.
A pesar de que los artistas neoclásicos admiraban la producción griega, su reinterpretación del estilo clásico en realidad se basaba en los principios romanos, por el simple hecho de que las obras conocidas y conservadas en ese momento eran casi todas romanas, no griegas.