[7] Sin embargo, en los siglos siguientes sus conquistas fueron amenazadas y varios pueblos itálicos consiguieron hacer remitir sus avances.
De todos modos, la distinción entre las esculturas griegas en Etruria y las etruscas propiamente dichas es, a menudo, todavía muy difícil para la crítica moderna.
Por lo tanto tampoco surge la figura de un artista creador o escuelas estilísticas reconocidas por su genio individual.
A partir del periodo arcaico el diseño de las tumbas se realizó como si fueran verdaderas casas para los muertos; una costumbre que continuó hasta su inmersión en la cultura romana.
Durante este periodo, las tumbas se hicieron más grandes y más complejas, con varias cámaras, pasillos y una gran cubierta abovedada en la parte superior, formada con anillos concéntricos de bloques que avanzaban gradualmente, a veces con una pilastra central que contribuía a sostener la cubierta.
[1][4][22] Los mitos griegos ya aparecían con frecuencia en las representaciones orientalistas pero es posible que hubieran sido interpretados de acuerdo con las tradiciones religiosas locales.
Los tipos de producción arcaica griega se desarrollaban siguiendo las normas esencialmente idealistas y fijaban modelos definidos que ilustraban plásticamente los conceptos éticos y morales, no encontrando una imitación exacta entre los etruscos, ya que ellos realizaban la forma del cuerpo humano con un perfil mucho más descriptivo y, de hecho, haciendo imágenes casi como retratos, cuando entre los griegos toda la idiosincrasia personal había sido abolida de las imágenes.
Emplearon también la piedra aunque nunca con la originalidad y la frescura que conseguían con la arcilla e ignoraron el mármol.
Grandes ejemplos de esta nueva tendencia son el grupo del templo A en Pirgi y otro en Veyes.
Consistía en una caja decorada con relieves en los laterales y cubierta con una tapa en la que se representa a los muertos en una posición reclinada, como si estuvieran en un banquete.
El modelo de sarcófago etrusco se utilizaría mucho más tarde en Roma, extendiéndose sobre una gran área del Mediterráneo.
[1][2] El estilo arcaico siguió siendo predominante en la antigua Etruria, mientras que en Grecia, el canon clásico prevalece en los siglos V al IV a. C. De hecho, fue prácticamente ignorado entre los etruscos.
Su desviación del canon extranjero no puede ser explicado por una supuesta incomprensión del modelo, ya que la élite etrusca estaba lejos de ser ignorante y los artistas habían demostrado la alta capacidad técnica, sino porque tenían objetivos diferentes en el arte.
Comprender estas diferencias es particularmente relevante para el estudio del periodo clásico etrusco, debido a la gran cantidad de figuras mitológicas que han sobrevivido.
En ese momento el imperio etrusco estaba en declive, amenazado por sus vecinos, especialmente los romanos, que iban conquistando una a una sus ciudades.
Aunque el repertorio formal sigue siendo variado, alrededor del siglo II a. C. los modelos ya estaban establecidos y la demanda era tal que condujo a su fabricación en serie, a partir de un mismo molde —en terracota— o de un mismo modelo —en piedra—, con un fuerte descenso en las piezas individualizadas.
Las tumbas más importantes en este periodo se encuentran en la región de Tarquinia, Toscana, Perugia y Sorano.
[35] Los etruscos obtuvieron la ciudadanía romana a principios del siglo I y su territorio se denominó Regio VII Etruria, una de las once comprendidas en la reforma augusta.
Por una parte esto posibilitaba la producción masiva de piezas semejantes a bajo costo para satisfacer la creciente demanda pero a medida que los moldes se desgastaban su calidad descendía, lo que resultó fatal para el arte etrusco, especialmente en su fase final, cuando el acabado se había reducido mucho, sin añadidos o correcciones después del moldeo.
[40] El marfil, la madera y el bronce también fueron materiales excepcionales para las grandes estatuas, aunque puede ser que muchas piezas importantes se pueden haber perdido.
[44] Esta atención fue creciendo hasta que en 1553 se descubrió en Arezzo la famosa Quimera, luego trasladada a Florencia donde causó gran sensación entre los artistas y estudiosos.
Tres años más tarde fue creada la Accademia Etrusca en Cortona, que en poco tiempo fue sumando diversos estudios especializados.
En 1743 Antonio Gori sacó a la luz su Museum Etruscum, con cientos de ilustraciones, y en 1761 Giambattista Piranesi publicó un volumen sobre arquitectura e ingeniería romana, donde avanzó varias teorías acerca de la participación etrusca en el arte romano que después se confirmaron.
[46] Estos trabajos pioneros, naturalmente, contenían muchos errores, inexactitudes y falsas atribuciones, pero contribuyeron para una primera delimitación más científica del campo de estudio y también para la gestación del neoclasicismo, cuyo intenso interés desencadenó una fiebre coleccionista entre las élites políticas e intelectuales europeas.
Con Winckelmann, uno de los teóricos neoclásicos más influyentes, los estudios llegaron a un nivel más elevado, escribiendo extensamente sobre el arte etrusco, incluyendo la escultura, distinguiendo claramente entre su estilo y el griego, reconoció también sus variaciones internas, elogió la destreza de sus artistas y lo consideró «una noble tradición».
[47] Las piezas de escultura etrusca fueron una revelación para el romántico Ruskin, ayudándole a comprender la historia del arte occidental.
[14][33][46] A principios del siglo XX la escultura etrusca pudo haber influido en los grabados clásicos de Picasso.
A la vez, Christian Zervos, mientras catalogaba las obras del artista, encargó un estudio sobre el arte etrusco al arqueólogo Hans Muhlestein, que se publicó en el artículo Histoireet esprit et contemporain, donde recomendaba a los artistas modernos el estudio del arte antiguo como antídoto para la idea, entonces prevalente, de que el mundo estaba regido por una fuerza puramente mecánica.
Varios intelectuales italianos de ese momento reafirmaban las cualidades del estilo etrusco y elogiaban a los artistas por haberlo revalorizando antes que los arqueólogos.
Los casos que más repercutieron fueron las obras creadas por la familia de Pío Riccardi y Alceo Dossena, tan bien realizadas que fueron adquiridas por importantes museos y permanecieron expuestas al público como auténticas durante varios años hasta ser descubierto el fraude.