A partir de finales del siglo XVI y a medida que más estancado se mostraba el combate terrestre, más se esforzaban las principales potencias en buscar la determinación mediante la fuerza naval y el perfeccionamiento de sus técnicas militares.
[4] Este sería sin duda su mayor logro al conseguir con ello un avance militar notable conocido como las piezas aligeradas.
[nota 11] El lugar se situaba más próximo a por donde llegaba la vena vizcaína y también a donde se almacenaba la artillería producida, que por entonces era el castillo de San Felipe, en Santander.
Los hornos, bautizados como San José y Santa Teresa, serán los mayores del mundo en aquel momento teniendo en cuenta que el de Sharpley Pool, en Inglaterra, que medía 30 centímetros más se levantó en 1652.
Sin embargo, se sufrieron frecuentes crisis y paros en la producción que no serían superados hasta 1716.
No obstante, se perdieron 49 buques entre 1761 y 1805, sobre todo por combates navales.
[nota 15] En 1759 muere Joaquín, y las fábricas de Liérganes y La Cavada las posee su hija María Teresa del Pilar, que se casaría con el conde de Murillo.
Los hornos redujeron su volumen de producción y las innovaciones tecnológicas en países como Inglaterra fueron complemento a su deterioro.
Los hechos ocurridos a finales de 1771 en Ferrol, donde reventaron dos cañones fundidos en La Cavada, hicieron someter a todas las piezas fundidas en sólido a varias pruebas de las que se obtuvieron un penoso resultado: el 80 % del casi un millar y medio de cañones reventaron o se agrietaron.
[15] Así pues, la producción de cañones que necesitaba la flota española (diez mil piezas de 1764 a 1793, contando también los buques mercantes y corsarios) no se consiguió, llegando únicamente a las 6000 unidades.
La Cavada empieza a fundir carronadas, elementos que ya eran utilizados en las marinas inglesas y francesas y que se empiezan a producir tras su prueba en buques españoles.
[nota 21] La necesidad de producción con nuevas técnicas también hizo reclutar a fundidores franceses pero ni por esas se llegó a las cantidades requeridas y en 1768 el maestro fundidor principal de la fábrica y responsable de los altos hornos, Francisco Richters, reconoce estar confundido ante los nuevos métodos metalúrgicos introducidos y los fracasos técnicos acumulados.
A partir de 1787 se vuelven a fundir en los hornos objetos para la industria privada, como escudos, piezas de maquinaria, caños, herramientas para obras en caminos, etc.
Esta empresa consume numerosos recursos económicos y supone un importante esfuerzo de construcción nunca realizado hasta el momento en España.
[nota 29] Los años previos a la invasión napoleónica supusieron un efímero incremento del número de fundiciones entre 1806 y 1808.
Si bien el ejército napoleónico se llevó lo que pudo, y en sus incursiones a la fábrica hubo apresamientos y fusilamientos, también es cierto que fueron algunas bandas de guerrilleros los que hicieron mayores excesos, hasta tal punto que las gentes locales se sintieron aliviadas por la captura por parte de las tropas napoleónicas de algunos de ellos, cuyas actividades se podrían considerar más próximas al bandolerismo.
[nota 30] Pero la verdadera repercusión negativa que tuvo esta contienda para las fábricas fue las penurias sufridas por sus trabajadores, que sin sustento por dejar de cobrar los sueldos en una zona de agricultura pobre, muchos emigraron con sus familias, los más jóvenes se enrolaron en el ejército y aquellos más desafortunados murieron de hambre o enfermedades.
Y si bien un tal José Infante Vallecillo propuso en 1832 la restauración de las instalaciones de Liérganes y La Cavada, no se llegó a un acuerdo dado las concesiones abusivas que exigía, incluyendo tierras laborables en Cuba.
[21] Las incursiones de las tropas carlistas saquearon las instalaciones durante todo ese año.
De tal forma que incluso todavía en 1679 era preciso conseguir nuevos técnicos flamencos porque «no se había podido conseguir que los naturales de estos reinos se hubiesen aplicado a esta facultad».
[24] En Riotuerto, Liérganes o municipios limítrofes, es fácil encontrar hoy vecinos con algún apellido Arche, Baldor o Valdor, Del Val, Bernó, Cubría, Guate, Lombó, Marqué, Oslé o Uslé, Otí, Rojí, Roqueñí, Sart, etc.[27] El número de trabajadores variaba dependiendo de la época del año, siendo los meses de fundición el tiempo en que las fábricas requerían más empleados.
En noviembre se solía empezar a encender los hornos, que tardaban unos 40 días en prepararse para comenzar la fundición.
En verano, el bajo nivel del río Miera obligaba a parar y se aprovechaban estos meses para realizar tareas de limpieza y construcción de nuevos crisoles.
[6] No obstante, la localización del complejo fabril en la zona presentó oportunidades de trabajo para las familias de Riotuerto, Liérganes, Entrambasaguas, Miera u otros municipios cercanos, extremadamente miserables y pobres.
Estos retiros fueron desapareciendo a medida que la situación económica de la fábrica fue empeorando.
La conducción por el río Miera de la madera mediante flotación era sin duda la operación más compleja de todo el proceso madedero y la que mayor organización exigía.
Debido al escaso caudal y a lo accidentado del lecho esta se hacía por el método de piezas sueltas que eran dirigidas desde la orilla con la ayuda de ganchos.
Debido a las características de los ríos cantábricos, con valles estrechos y escarpados, la conducción de la madera no se podía realizar mediante flotación agrupada (almadías) o libre (maderadas), como ocurría en cursos fluviales de grandes caudales, sino que se recurría a construir en el cauce pequeñas presas escalonadas.
[13] Los historiadores señalan que sin la producción de esta fábrica la Marina española no hubiera podido codearse con las de Inglaterra y Francia, ni por ende España haber retenido las colonias americanas hasta su emancipación en el primer cuarto del siglo XIX.
Estos dos bienes pueden ser observados libremente ya que en buena parte se encuentran en la vía pública.