Cada polis controlaba su territorio, en el que se consideraba autosuficiente (autarquía económica, αὐτάρκεια, autarkeia), considerando como ideal supremo la independencia y la no sumisión a ningún poder exterior (soberanía o autarquía política);[4] lo que no impedía la formación de distintos tipos de alianzas entre polis (anfictionía, αμφικτιονία, «construir juntos»; simaquía, συμμαχία, «luchar juntos», koinón κοινόν, «común», traducido habitualmente como «liga»).
[7] La identificación con la polis era fortísima para el hombre griego, hasta tal punto que el destierro (ostracismo) fuera la suprema condena.
Los griegos se convirtieron en excelentes marinos, habilidad aprovechada tanto en asuntos civiles como militares.
Emprendedores comerciales y colonos agrícolas establecieron una serie de nuevas ciudades griegas desde el Mar Negro hasta el Mediterráneo occidental.
En sus inicios, cada polis estaba dominada por un caudillo militar, el basileos (βασιλεύς, traducido habitualmente como «rey»).
Estas asambleas cada año elegían de entre los eupátridas a un número determinado de magistrados (arcontes, ἄρχοντες, «los que mandan»), que se encargaban de dirigir el ejército (strategos, στρατηγός), la marina (navarco, ναύαρχος) y llevar los asuntos religiosos (Arconte basileus, ἄρχων βασιλεύς)[cita requerida], entre otras funciones (tesmótetas, polemarca, proboulos, kolakretai, apodektai, etc.) El arconte epónimo (ἄρχων ἐπώνυμος) daba nombre al año en que ejercía su cargo.
Desde su nacimiento cada persona, ya fuera un terrateniente o un campesino, quedaba integrada en su correspondiente tribu (φυλαι, phylai); y dentro de ésta en una concreta «hermandad» (φρατρία, fratría) compuesta por los pretendidos descendientes de un héroe o dios ancestral.
Diferentes factores hicieron que, con el tiempo, la aristocracia viera desestabilizado el orden político y social que garantizaba su supremacía: Con el objetivo de resolver la crisis política y social, en algunas polis se decidió dar una respuesta a las exigencias reformistas de las clases inferiores y medias, con lo cual se impulsaron medidas en favor de una mayor justicia social.
Se eligieron magistrados extraordinarios (nomothetas: 'legisladores') para redactar nuevas leyes y mediar en los conflictos existentes.
Entre los legisladores más prestigiosos del mundo griego arcaico estuvieron el espartano Licurgo y el ateniense Solón.
[8] Los tiranos llevaron a cabo, en sus comienzos, políticas populares o «demagógicas» para conseguir la aceptación por parte del pueblo y garantizarse su apoyo en contra de las familias aristocráticas.
Se organizaban, además, fiestas religiosas en las que participaban todos los ciudadanos sin distinción de clases.
[9] Las guerras, mantenidas año tras año, arruinaron la base social de la polis clásica: el propietario medio, con recursos suficientes para mantener su armamento como hoplita, fundamento de sus derechos y obligaciones políticas y militares.
Estos lugares son los templos, el ágora, el mercado que a veces estaba cubierto con soportales (la stoa).