La organización de la guerra en la Antigua Grecia derivada del nuevo sistema hoplítico se basaba en el combate cerrado y la formación compacta.
La principal originalidad de este hoplon, que constituirá el arma emblemática de los hoplitas, consistía, sin embargo, en no colgarse del cuello por una correa, sino por llevarse en el antebrazo izquierdo, embrazado por una abrazadera central y una correa periférica como asidero.
¿Qué ocurrió con la caballería que, según Aristóteles, había sido el arma favorita de las primeras ciudades aristocráticas?
El combate se desarrollaba lealmente, conforme a prácticas muy ritualizadas, sin buscar ningún efecto sorpresa.
Los oficiales subalternos en principio eran pocos, se mantenían durante el combate en la primera línea de sus unidades, llevaban solo unas pocas insignias distintivas (penachos o plumas en el casco) y sus funciones se prorrogaban automáticamente de una campaña a otra, no formando por tanto ninguna casta profesional.
Como buen ciudadano, tendría que haber sometido su acción a cierta disciplina moral (sōphrosýnē) y tenido en cuenta los intereses de su colectividad.
Simultáneamente crecía en el arte militar la importancia de la sorpresa, la astucia, la traición, la habilidad técnica.
Los contemporáneos fueron muy conscientes de ello, como Demóstenes que, en el 341 a. C., en su Tercera Filípica (47-50), reconocía amargamente esta evolución.
La agrupación básica era la enomotia formada por 34 hombres divididos en dos grupos de 17 soldados cada uno, con su respectivo jefe o enomotarca.
Dos enomotias constituían un pentekostys, integrado por 72 hombres mandado por un pentekonter elegido entre los enomotarcas, teniendo como auxiliar al restante.
Dos pentekostys formaban un lochos, unidad fundamental en el sistema hoplítico integrado por 144 hombres bajo la dirección de un lochagos.
Los peltastas y las otras tropas ligeras se dividirán en taxis bajo el mando de taxiarcas.