La difusión pública de su existencia o su mantenimiento en secreto puede formar parte esencial de sus funciones, por un lado, para servir de medio de ostentación y prestigio social (en cuyo caso es habitual la exageración y mitificación); o, por el contrario, para asegurar la continuidad en la posesión a su propietario, que, en algunos casos, puede experimentar un placer morboso en su contemplación, conservación y aumento (avaricia), lo que ha dado origen a un tópico literario.
[4] Los tesoros griegos eran edificaciones en forma de templo construidos en los santuarios por una ciudad para guardar sus ofrendas.
La Iglesia pasó a ser durante la Edad Media la principal acumuladora de tesoros, muy a menudo como ornamento de las reliquias, en monasterios y catedrales (tesoro litúrgico); y su saqueo pasó a ser protagonizado por expediciones vikingas (Lindisfarne, 793) o razzias musulmanas (Almanzor, finales del siglo X).
Es habitual denominar Tesoro a un diccionario, obra enciclopédica, lexicográfica o recopilación, esté o no relacionado con el concepto de tesauro (Libro del tesoro, 1211; Tesoro de la lengua castellana o española, Sebastián de Covarrubias, 1611; Thesaurus Linguae Graecae; Thesaurus Linguae Latinae).
El arqueólogo Schliemann destacó por su afán en identificar en la realidad los descritos en los poemas homéricos.